Arqueología

Cementerio de los Canarios, un yacimiento sin cráneos (y 2)

Un viaje al pasado indígena de Gran Canaria estudiando sus huesos

LA HUELLA ABORIGEN. El perfil demográfico, el dimorfismo sexual o, especialmente, la huella de enfermedades de tipo metabólico por dietas deficientes o enfermedades infecciosas prolongadas desde la niñez, primeros datos que están aportando los 10.000 huesos recuperados de la “cueva 1” del Cementerio de los Canarios (en Guayadeque, Gran Canaria). Continuación del artículo «Sin cráneos en el yacimiento del Cementerio de los Canarios».[En PELLAGOFIO nº 94 (2ª época, marzo 2021)].

Por YURI MILLARES

El barranco de Guayadeque, en Gran Canaria, es un “lugar famoso desde finales del siglo XIX”, en cuanto que “referencia arqueológica en toda Canarias por la cantidad de restos humanos que han salido de ese lugar”. Así lo avanzábamos en la primera parte de este artículo (ver “Cementerio de los Canarios, un yacimiento sin cráneos”, 1ª parte) de una de las principales cuevas de enterramiento aborigen. La reciente intervención del Cabildo de esta isla para evitar la pérdida y destrucción de parte importante de sus restos óseos, dio como resultado la recuperación de 10.000 huesos de unos 170 individuos (30 de los cuales, infantiles) que están siendo sometidos a estudio.

Interior de la «cueva 1» del Cementerio de los Canarios, en el barranco de Guayadeque. | FOTO TIBICENA ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO

Guayadeque tiene la “importancia fundamental de poseer numerosos conjuntos de habitación y funerarios que se prologan a lo largo de toda la secuencia temporal del poblamiento de Gran Canaria”, recalca la bioantropóloga Verónica Alberto, esto es, desde que llegaron los primeros pobladores hasta el momento de la conquista castellana y el fin de la sociedad aborigen, aunque no por ello dejó la isla de estar habitada por las mismas poblaciones y sus descendientes.

Disponer ahora de este amplio repertorio arqueológico de restos óseos que ahora están estudiando y analizando, por encargo del Cabildo de Gran Canaria, en Tibicena Arqueología y Patrimonio va a permitir que se tenga “la radiografía de un grupo humano que vivió y enterró en Guayadeque durante muchas generaciones: cuáles eran sus condiciones de vida (cosa que podemos saber a partir de sus huesos) y cómo gestionaron su muerte”, explica.

Recogida de sedimentos en el Cementerio de los Canarios. | FOTO TIBICENA ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO

Los huesos que se recuperaron, sin embargo, no tenían ningún vínculo anatómico porque estaban todos desarticulados y amontonados por grupos y tamaños en la cueva.

“Teniendo en cuenta que no podemos individualizar esqueletos y conocer individuos, se recuperaron los huesos por sectores”. Debido al volumen tan grande el estudio se irá acometiendo en diferentes fases.

“La primera aproximación es conocer cuántos restos tenemos, cuál es la representación anatómica. Faltan los cráneos –las piezas que interesaban a los estudiosos en el siglo XIX y principios del XX–, pero el resto del esqueleto está perfectamente representado y podemos afirmar que estamos ante una cueva de enterramiento de carácter colectivo que se usa durante mucho tiempo por muchas generaciones”.

«Hay restos óseos de individuos que sobrepasan los 45 años; para la época es una esperanza de vida bastante larga»VERÓNICA ALBERTO, bioantropóloga

Detalle de tejido de junco de una envoltura funeraria muy degradada. | FOTO TIBICENA ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO

Amortajados. Aunque no quedan evidencias completas, los cuerpos se enterraban individualmente y envueltos en fardos. No quedan mortajas completas, al haberse descompuesto con el paso del tiempo, pero sí las evidencias: trozos de pieles, así como de esterillas y cintas trenzadas de junco, con que se envolvían los cuerpos.

Sin ajuar. Los restos humanos y los elementos que se utilizaron para envolverlos en fardos son, prácticamente, los únicos materiales presentes, no hay cerámicas o elementos elaborados en hueso. “Era la pauta en los enterramientos en cueva. En el caso de los antiguos canarios no suele haber ofrendas ni ajuares”. Sí destaca la presencia de “muchísimos fragmentos de varas de madera que se utilizaban en el procedimiento del enfardado y se introducían dentro de las envolturas para dar rigidez al paquete. Un elemento poco conocido”.

Perfil demográfico. Aquí están representados todos los miembros de la comunidad, “desde niños muy pequeños y recién nacidos, hasta de edades avanzadas”, señala. Hombres y mujeres están representados en la misma proporción, “lo que evidencia una comunidad típica de un asentamiento estable”, añade.

Diferencias de género. En esta primera fase se estudian, también, criterios antropológicos que aporten datos sobre la vida de estas personas: su actividad física y patrones de actividad cotidiana definen una masa muscular que se traduce en el hueso. La población muestra diferencias sexuales, pero no son muy marcadas. Comparten tareas, pero con ciertas distinciones entre hombres y mujeres según la actividad que realizaban.

Así, hay marcadores musculares relacionados con la movilidad que sugieren el tipo de actividades a las que estaban dedicados. Por ejemplo, el pastoreo, que requiere recorrer largas distancias por terrenos accidentados en busca de pastos. En este caso, son más evidentes en los hombres que en las mujeres, aunque ellas también muestran signos de estrés mecánico que pude vincularse con situaciones de frecuentes desplazamientos.

Todos, acuclillados. Sí han llamado la atención las evidencias de posturas de acuclillamiento o de estar de rodillas. Ese tipo de posturas, relacionadas con actividades que necesitan esas posiciones, “se creía que tenían una prevalencia mayor en las mujeres que en los hombres, pero en este grupo de Guayadeque no es así: todos, hombres y mujeres y en una proporción muy elevada, presentan esos marcadores”, dice Verónica Alberto.

Señal de cribra femoral por estrés metabólico causado por la dieta. “En los niños es más normal, pero no en los adultos y si se prolonga en el tiempo se convierte en algo sistémico para la población”, dice la antropóloga forense Verónica Alberto. | FOTO YURI MILLARES

Enfermedades. “Otro tema muy interesante que estamos viendo es la incidencia de las enfermedades de tipo metabólico que tienen que ver con deficiencias en el organismo, por ejemplo, por dietas proteico-calóricas deficientes, o por enfermedades infecciosas que afectan principalmente en la niñez”, describe, indicando que, en este grupo, presentan una incidencia bastante alta.

Heridas y lesiones. En esta población destacan también las infecciones generadas por heridas, con una prevalencia también altísima. “Hay fracturas en huesos realmente importantes, fracturas de cadera que limitan la funcionalidad total de la persona: no puede caminar o sentarse, implica dolores importantísimos y el tiempo que sobrevive a la fractura esa persona tuvo que ser cuidada por otros miembros del grupo”.

Y no sólo hay fracturas por la actividad cotidiana, también las hay como resultado de violencia interpersonal. “Suelen constatarse más en el cráneo, pero tenemos muy pocos y es muy difícil valorarlas. Sin embargo, es sintomático que con tan pocos cráneos que tenemos (dos enteros y algunos fragmentos), tengamos registrados varios traumatismos de tipo contuso que provocaron la muerte del individuo”, advierte.

Cráneo con una lesión traumática por violencia interpersonal mortal de necesidad. | FOTO YURI MILLARES

Edad de muerte. Hay restos óseos de individuos que sobrepasan los 45 años, “aunque es difícil determinar la edad, ya que se realiza valorando huesos sueltos al no tener esqueletos completos”. En otros conjuntos de la isla de Gran Canaria (como en Maspalomas), señala, muchas personas superaban los 40 y 45 años, que para la época “es una esperanza de vida bastante larga”, destaca.

Dimorfismo sexual. Los huesos aportan información parta conocer la estatura de los individuos. “Hemos comprobado que hay un dimorfismo sexual importante, algo que ya sabíamos por otros cementerios. Está muy marcado: las mujeres tienen una estatura media entre 1,52 y 1,55 m con una estructura corporal muy grácil y los hombres entre 1,67 y 1,72 m”, señala esta arqueóloga unos húmeros que tiene ordenados sobre una mesa.

Marcas en los huesos. El estudio detallado de estos restos aporta datos concretos de cómo eran, vivían y se enterraban los aborígenes canarios. “En la muestra son muy destacadas las enfermedades óseas degenerativas que afectan, fundamentalmente, a la columna. También podemos destacar la presencia de anomalías congénitas con una alta prevalencia, como sucede con la espina bífida o variantes anatómicas óseas como la fosa septal del húmero, esta última más frecuente en las mujeres. El carácter hereditario de estas variantes nos habla de las relaciones de consanguineidad entre los miembros del grupo que, en este ejemplo de Guayadeque, tienen un peso muy destacado”.

Muchos huesos también tienen marcas de mordedura de perros. “No es raro que accedan a los enterramientos y devoren cadáveres en el proceso de putrefacción. El olor les llama y carroñean. Los perros no escalan, eso quiere decir que no los enterraban en sitios inaccesibles, sino en unos cementerios que tendrían accesos”, aunque hoy no se hayan conservado y acceder requiere, muchas veces, de herramientas y conocimientos de escalada.

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