Arqueología

Datos para sustentar la comunicación interinsular de los guanches

LA HUELLA ABORIGEN. El geólogo, paleontólogo y explorador Francisco García-Talavera hace un repaso por leyendas, toponimia y fuentes escritas para poner en duda la afirmación de muchos investigadores de que los guanches (“me refiero a todos los primeros pobladores de origen norteafricano líbico-bereber que arribaron al archipiélago”) no navegaban. [En PELLAGOFIO nº 89 (2ª época, octubre 2020)].

Realejo de Taoro (1525):
“Se obliga [al canario Pedro Luis] a pagar cuatro doblas de oro a Juan de la Torre (…) por razón de una barca de drago que a vos compré”

Por FRANCISCO GARCÍA-TALAVERA CASAÑAS

En primer lugar, quisiera hacer la salvedad de que cuando empleo el etnónimo guanche me refiero, generalizando, a todos los primeros pobladores de origen norteafricano líbico-bereber que arribaron al archipiélago canario en época protohistórica, independientemente de la isla que poblaron. Digo esto porque en las últimas décadas se ha ido dejando de lado el término guanche –aceptado popularmente en todas las islas, incluso a nivel científico, y que es particular de Canarias– y sustituyéndolo por el de aborígenes o indígenas, que se utilizan globalmente para denominar a cualquier pueblo autóctono.

Y me atrevo a decir que, en mi opinión, no está nada claro el hecho de que los guanches fueran solo los antiguos habitantes de Tenerife, pues desde los siglos XVI y XVII ya hubo autores y cronistas que utilizaron este término cuando hablaban de los primeros habitantes de Canarias, y no es una invención, como algunos dicen, de Sabino Berthelot. Es el caso de Alonso de Santa Cruz (1546), Simón Pérez de Torres (1586), Jan Huygen van Linschoten (1610), Ambrosio Fernándes Brandao (1618) y José de Sosa (1678). Este último es muy explícito en Topografía de la isla de Gran Canaria, cuando en el enunciado del capítulo IV de su libro tercero se refiere a los primeros habitantes de Gran Canaria: “De las mujeres que tenían los canarios guanches”.

Que los guanches no tenían embarcaciones y que, por lo tanto, desconocían la navegación, es una aseveración fuera de toda lógica

Pues bien, se ha venido afirmando sistemáticamente que los guanches no tenían embarcaciones y que, por lo tanto, desconocían la navegación. Aseveración fuera de toda lógica, pues, como ya he dicho en repetidas ocasiones, tanto si llegaron a las islas por sus propios medios o si lo hicieron transportados por otros pueblos mediterráneos, vinieron por barco.

La barca de drago que se fabricó Francisco Peraza, en la playa del Porís de Abona y navegando por la costa sur de Tenerife. | FOTOS CEDIDAS POR FRANCISCO PERAZA

Sin embargo, algunos historiadores sí reconocían esa posibilidad, como el ingeniero, arquitecto, geógrafo e historiador italiano cremonés Leonardo Torriani, quien, a finales del siglo XVI refiriéndose a los antiguos canarios decía lo siguiente:

También hacían barcos del árbol drago, que cavaban entero y le ponían lastre de piedra, y navegaban con remos y con vela de hojas de palma trenzada alrededor de las costas de la isla; y también tenían por costumbre pasar a Tenerife y a Fuerteventura a robar.

Por su parte, el profesor Elías Serra (1957), al igual que Juan Álvarez Delgado (1950) y la mayoría de los historiadores, negaba la navegación interinsular pero, sin embargo, admitía –siguiendo a Laoust (Hespéris, 1923)– que los pescadores bereberes del Sous (sur de Marruecos) ya navegaban desde tiempos inmemoriales en sus peculiares embarcaciones conocidas como cárabos, de factura que recordaba a la de los drakkar vikingos, pero sobre todo le hacían pensar más en los hippoi fenicios y púnicos, características que posiblemente habían heredado de estos últimos. Y añade:

Por esto no renunciamos a hallar un modo espontáneo de que las poblaciones ribereñas de los mares vecinos a Canarias llegasen más o menos azarosamente a sus costas en múltiples oleadas y en varias ocasiones.

Para hacer estas apreciaciones, el profesor Serra se basaba también en el viajero portugués Valentím Fernándes quien, a finales del siglo XV, se refería a los zenagas –habitantes en aquella época de las costas de Berbería– como un pueblo de tradición sedentaria y pescadora, de barbas abundantes y vestidos con pieles. A Serra Ráfols estos rasgos le recordaban a los guanches, pues con las rudimentarias embarcaciones que poseían (bateles) –vivían del mar, explotando los recursos de los bancos del antiguo Sahara español– muy bien sus remotos antepasados habrían abordado con ellos las islas Canarias.

Refiriéndose a las rudimentarias embarcaciones de los zenagas decía Valentím Fernándes:

Sus bateles tienen cinco palos de higuera del infierno [tabaiba dulce] secos. A saber: uno de braza y media de largo [2.6 m], y así los dos en cada costado de dos palmos menos [2.10 m], y estos tres van atados con cuerdas de las dichas redes y quedan por detrás los tres iguales, y por delante sale el de en medio más, que es más largo. Entonces atan otros dos palos de seis palmos [1.25 m] a sus costados, bien apretados. En medio de estos palos ponen sus redes, a la mujer e hijos, o cualquier cosa que quieren llevar, y él detrás, en aquellos tres que salen más, con las piernas de dentro hacia el más largo. Y en cada mano traen una tablilla de palmo y medio [0.30 m] de largura y medio palmo [0.10 m] de ancho, con que reman. Y los que van en la barca van con agua por encima de las rodillas. Y así van y no se ahogan. Y de esta manera atraviesan cualquier golfo de aquellas marismas [refiriéndose al banco de Arguin], 12 leguas, y también corren así toda la costa. Cuando están en tierra, luego ponen su barca al sol para que se seque y sea más ligera.

En este sentido el orientalista y berberólogo francés Georges Marcy (Hespéris, 1935) en su pormenorizado artículo sobre el periplo del cartaginés Hannon (siglo V antes de nuestra Era) también se refería a un posible conocimiento de Canarias por parte de los púnicos, al relacionar el topónimo de la isla de Kerné –nombrada así por Hannon– con los canarii y con Gran Canaria. Todo esto está en consonancia con que en la bahía de Arguin (Mauritania) existe una isla, fortificada por los portugueses en el siglo XV, que para algunos autores sería la antigua Kerne o Cerne. Además, en el litoral de lo que es hoy el Parque Nacional del Banco de Arguin se encuentra un pequeño enclave pesquero denominado Tanit, topónimo que coincide con el nombre de la antigua diosa cartaginesa.

Muy cerca de ese lugar, en 1997 descubrimos un extenso conchero formado casi exclusivamente por conchas fragmentadas de Murex (familia de moluscos de los cuales los fenicios y púnicos, al igual que los romanos posteriormente, extraían el preciado colorante natural de la púrpura) y que podría tener relación con lo que estamos comentando, ya que hay suficientes indicios de la recalada de estas culturas en el archipiélago canario.

También el historiador italiano Massimo Dall´Agnolla (1996) al referirse a la navegación en el Neolítico relacionada con la colonización de Canarias, puntualiza:

(…) Estas etnias atlánticas de la costa occidental africana se llamaban zenagas. Sus tradiciones eran sedentarias, y es probable que fueran obligadas a enfrentar la alta mar por una presión migratoria. Los zenagas vivían en la misma latitud de las islas Canarias y, por lo tanto, no parece arriesgado pensar que en pocos decenios su éxodo se convirtió en una verdadera migración. Sus modestas embarcaciones, no adecuadas para la navegación de alta mar, no presentaban dimensiones que permitieran embarcar también las manadas. Y eso podría explicar la total ausencia de bovinos en el archipiélago hasta la conquista española.

Nuestro ilustre médico, antropólogo e historiador Juan Bethencourt Alfonso en su Historia del pueblo guanche (1991) nos narra algunas leyendas (que, como todas, tienen algo de realidad) y tradiciones transmitidas a través de la oralidad popular.

En el sur de Tenerife le contaron que una joven guanche de la nobleza de Adeje, estando en vísperas de casarse murió su prometido y, al poco, descubrió que estaba embarazada. Desesperada, porque según la ley la arrojarían viva al mar, habló con un pescador (buen conocedor de ese medio) que se prestó a ayudarla, indicándole que su única salvación era alcanzar La Gomera sobre una balsa de foles (zurrones inflados), pues las corrientes la conducirían hasta allí. Y parece ser que lo consiguió. Al año siguiente, por el mismo sistema, regresó a Tenerife y fue perdonada cuando contó su hazaña.

Un topónimo de La Gomera conocido como playa de la Guancha debe su nombre a que recaló una joven de Tenerife embarcada sobre zurrones

Pero lo más curioso, comenta Bethencourt Alfonso, es que estando en La Gomera recogió otra tradición muy similar. Allí existe un topónimo, cerca de San Sebastián, conocido como playa de la Guancha, que debe su nombre a que en tiempos remotos recaló allí una joven de Tenerife embarcada sobre zurrones. Ella contó que había huido de la isla por la misma causa comentada anteriormente. Y parece ser que la acogieron de muy buen grado, pues llegó a casarse con un príncipe gomero que adoptó a su hijo. Al tiempo regresó con ella a Tenerife, desembarcando ambos en La Aguja de Teno.

Lo cierto es que estas tradiciones o leyendas nos están indicando la posibilidad real que existe de desplazarse de una isla a otra por métodos rudimentarios y en épocas propicias. De hecho, el mismo Bethencourt Alfonso, en relación a esto, señala que “las correntadas” entre Tenerife y La Gomera son bien conocidas por los pescadores, los cuales saben que en determinadas épocas del año (en marzo y en septiembre) son muy fuertes. “Según ellos, un buen nadador, en tres o cuatro horas, con solo mantenerse a flote, puede trasladarse de una isla a otra. Dándose el caso de salir de noche a pescar en La Gomera y, distraídos, encontrarse de pronto en Tenerife, y viceversa”.

Es posible que esta pueda ser la explicación a la incógnita, aún no resuelta, de la aparición de obsidiana en algún yacimiento arqueológico de La Gomera, isla en la que hasta el momento no ha aparecido ninguna formación o veta que contenga este vidrio volcánico.

También Tomás Arias Marín y Cubas (1694) relata:

(…) algunas mujeres hubo, que passaron de una isla a otra en dos odres llenos de aire atados, y puesta de pechos encima. Governando Maciot de Betencourt en Lanzarote, passo a Fuerteventura una madre para que el obispo rogase por un hijo, y librase de la horca, como lo consiguió dando dos o tres viajes llevando las cartas dentro del odre (…).

Pero quizás lo que aporte más luz al tema que estamos tratando es un documento notarial reflejado en la magnífica obra de Leopoldo Tabares de Nava y Marín y de Lorenzo Santana Rodríguez, recientemente publicada por el Instituto de Estudios Canarios (2018) Testamentos de canarios, gomeros y herreños (1506-1550). Creemos, al igual que los autores, que este texto es de suma importancia, pues corrobora fehacientemente lo que narraba Torriani acerca de la navegación de los antiguos canarios en embarcaciones construidas con troncos de drago.

Puede que no se aventurasen más allá de su isla y que lo hacían en rudimentarias embarcaciones para pescar, pero lo hacían

La cita, tomada de un documento de obligación realizado en el Realejo de Taoro, en diciembre de 1525, dice así:

(…) Se obliga [al canario Pedro Luis] a pagar cuatro doblas de oro a Juan de la Torre o a la esposa de éste, Inés de la Torre, las cuales son por razón de una barca de drago que a vos compré.

La barca de drago de Francisco Peraza, según la descripción de Torriani en 1590. | FOTO ARCHIVO F. PERAZA

Como decimos, esta cita es de suma importancia para la historiografía canaria, ya que la anterior de Torriani no había sido refrendada documentalmente. Y tras la lectura de esas simples líneas tenemos la ratificación irrefutable de que sí existieron esas barcas de drago y de que los guanches, al menos los de Canaria, navegaban y eran conocedores de las corrientes y de las épocas más propicias para hacerlo. Puede que no se aventurasen, salvo en contadas ocasiones, más allá de su isla. Y que lo hacían en rudimentarias embarcaciones, fundamentalmente para pescar, pero lo hacían. Probablemente sea esa la posible explicación que tienen los anzuelos de grandes dimensiones –elaborados con cuerno de cabra calentados– que albergan el Museo Arqueológico de Tenerife y El Museo Canario, de Las Palmas.

Esto lo ha experimentado en la práctica el investigador etnográfico Francisco Peraza, que ha construido y navegado con éxito a bordo de una pequeña embarcación de drago, en las costas del sur de Tenerife.

Los portugueses llevaron a Porto Santo esclavos guanches, donde «las más antiguas embarcaciones de pesca fueron hechas cavadas en troncos de drago»

Complementamos esta valiosa información con la cita del historiador y etnógrafo madeirense Eduardo C. N. Pereira, quien en su célebre obra Ilhas de Zargo (1939), hablando de los tipos de embarcaciones de Madeira nos dice (traducido del portugués):

Las más antiguas embarcaciones de pesca fueron hechas en Porto Santo, cavadas en troncos de drago, pudiendo transportar seis o siete hombres de tripulación. Por ser de pequeño tamaño se llamaban botes de pesca o de acarreo, según el más antiguo documento oficial, datado en 1493, que alude a ellas.

Debemos añadir que en la isla de Porto Santo había numerosos dragos cuando llegaron sus descubridores portugueses en 1419 –algunos de gran porte–, extinguidos en pocas décadas por sobreexplotación y por el pastoreo de cabras. De hecho, el emblema principal del escudo oficial de esa isla es un gran drago. También cabe citar que tanto a Madeira como a Porto Santo fueron conducidos numerosos esclavos guanches, apresados en las islas canarias aún no conquistadas (Gran Canaria, La Palma y Tenerife) a mediados del siglo XV, para emplearlos como mano de obra en los ingenios de azúcar, o como pastores. Y tal vez fueran ellos los que les indicaran a los madeirenses el uso de los dragos para construir embarcaciones de pesca.

Y es así cómo el sentido común nos lleva a pensar que, en islas tan próximas como Lanzarote y Fuerteventura, o Tenerife y La Gomera, en épocas anteriores a la conquista la comunicación –aunque esporádica y con embarcaciones rudimentarias de drago u otras maderas, o con balsas de foles– era posible, como lo demuestran los testimonios que hemos comentado anteriormente.
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BIBLIOGRAFÍA

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