Arqueología

En las mortajas de momias canarias, huesos de ancestros

LA HUELLA ABORIGEN. Varias momias en El Museo Canario incluyen huesos más antiguos que los de los propios fallecidos, reliquias para «unir ancestros con vivos, buscando una identidad colectiva», explica la conservadora del museo, Teresa Delgado. [En PELLAGOFIO nº 86 (2ª época, julio 2020)].

Por YURI MILLARES

Un amplio equipo interdisciplinar en el que participa El Museo Canario está desarrollando un intenso y extenso trabajo de investigación y análisis de muestras de yacimientos arqueológicos de Gran Canaria. Financiado por la Fundación CajaCanarias y la Fundación La Caixa, el objetivo es estudiar las expresiones mortuorias de la población indígena canaria, pero también de la población histórica posterior, “para ver cómo las sociedades tienen diferentes respuestas ante la muerte y que las maneras de comportarse ante ella son, sobre todo, sociales y culturales”, explica a PELLAGOFIO la conservadora del museo Teresa Delgado.

Las momias de El Museo Canario proceden de Guayadeque y Acusa, bien conservadas gracias a las condiciones estables de temperatura y humedad de las cuevas

Han podido documentar variaciones muy marcadas en esas prácticas mortuorias durante siglos, desde los enterramientos colectivos en cuevas hasta el s. VII, a los cementerios con tumbas individuales en túmulos, fosas y cistas en diferentes épocas hasta el s. XV, que indican cambios drásticos y contundentes en la sociedad aborigen, como ya hemos informado aquí [ver “Tumbas en cuevas, túmulos o cistas explican cómo vivían los canarios”].

Lo que no cambia nunca es que momifican a sus muertos. Esas prácticas mortuorias “son una fuente inmensa de información para conocer sus maneras de vida”, dice. Y, en efecto, el equipo de investigadores, entre quienes se encuentra Delgado, sigue descifrando nuevos y llamativos datos.

Por ejemplo, en las momias depositadas en el propio Museo Canario, la mayoría procedentes de cuevas funerarias en Guayadeque y Acusa, bien conservadas gracias a las condiciones de estables de temperatura y humedad que no es posible encontrar en los enterramientos en túmulos o cistas, donde el viento, la lluvia o las oscilaciones térmicas convierten en polvo los huesos.

Detalle de la momia de mujer del s. V con dos tibias en una bolsita de piel, a modo de reliquia, junto sobre la que se apoya la cabeza. | ARCHIVO DE EL MUSEO CANARIO

Un acto intencional
Tras la revisión de esas momias, “de repente encontramos que algunos de ellos fueron amortajados con los restos humanos de otra persona –dice señalando a la de una mujer datada en el siglo V–. Observando la radiografía se puede ver que a la altura del hombro derecho tiene dos tibias que no le corresponden. Pero lo increíble es que estas tibias, al observar la propia momia, fueron introducidas en un saquito de piel y éste colocado en el hombro derecho donde apoya su cabeza”.

Los huesos ‘extra’ en algunas momias están colocados de tal manera que no han podido caer accidentalmente, es «un acto intencional en el momento de amortajar al muerto», dice Teresa Delgado

Radiografías de la momia de mujer del s. V con dos cúbitos apoyados entre el hombro derecho y la cabeza que fueron añadidos al ser amortajado el cuerpo. | ARCHIVO DE EL MUSEO CANARIO

No es el único caso. Otra de las momias, esta vez de un varón, “presenta un cúbito a la altura de sus piernas que no le corresponde”, señala. Y en otra que han depositado en otra sala con la recreación de una cueva funeraria colectiva, hay una mujer que también tiene un cúbito que no le corresponde: la radiografía confirma que tiene su cúbito perfectamente articulado con su brazo, siendo el otro cúbito de más de un individuo masculino, porque es muy robusto.

En todos los casos, esos huesos extra están colocados de tal manera que no han podido caer accidentalmente, al ser recogidas las momias durante las excavaciones de finales del s. XIX y principios del XX. Están ahí como “un acto intencional en el momento de amortajar al muerto”, destaca.

Para Teresa Delgado no cabe duda de que “estamos ante reliquias, un tipo de prácticas nada inusual en muchas sociedades del pasado”. La reliquia, dice, “es un objeto que tiene un valor por su antigüedad, porque te conecta con el pasado. Te permite unir ancestros con vivos y se utiliza para construir todo lo que es la memoria social. A través del reconocimiento de determinados antepasados que convertimos en ancestros se busca una memoria común, una identidad del colectivo”.

La datación de los huesos añadidos a las momias es anterior a las mortajas que los acogen en hasta 200 años

De hecho, la datación de esos huesos es anterior a los de las momias cuyas mortajas los acogen en hasta doscientos años. “Esas reliquias no aparecen en todos los sujetos, sólo en determinadas personas. A través de ellas también se está significando una identidad particular de esas personas. Se están marcando, tal vez, desigualdades sociales”, observa.

Y añade: “A través de las momias podemos hacer un análisis estadístico de las primeras llegadas de población, que podríamos situar en torno al siglo II o III en el caso de Gran Canaria”.

Teresa Delgado en la sala de las momias de El Museo Canario. | FOTO YURI MILLARES

El único ataúd de pino
Esa significación especial a personas dentro de la sociedad aborigen es mucho más marcada cuando aparecen los enterramientos en túmulos entre los siglos VIII al XI, tumbas individuales que indican una acentuada desigualdad social.

“Un ejemplo paradigmático de esa jerarquización que nos vamos a encontrar en este período es este ataúd –señala ahora a un hallazgo único en toda la isla, pues no se ha documentado ningún otro ejemplo de ataúd de madera de un pino, que se ha vaciado a modo de canoa, y con una tapa del propio árbol con clavijas para encajarla–. La necrópolis del Maipez de Abajo de la que procede, en Agaete, ya ha desaparecido (muy próxima y tal vez la misma necrópolis del Maipez de Arriba, no está claro)”.

Ataúd en un tronco de pino rudimentariamente vaciado por los aborígenes canarios y localizado en la desaparecida necrópolis del Maipez de Abajo (Agaete). | FOTO TATO GONÇALVES

Es un claro ejemplo de cómo funcionaban los enterramientos en túmulos, en un entorno formado por coladas volcánicas (como es este caso) o pedregales que llaman la atención (como es la necrópolis de Arteara, en San Bartolomé de Tirajana).

“Se preparó el terreno, se hizo una especie de cajón de piedra, la cista donde fue colocado el ataúd, según descripciones de Jiménez Sánchez que es quien recupera estos restos a partir de un hallazgo fortuito y se le avisa. Sobre el ataúd iba una especie de entarimado con 16 vigas de madera sobre el cual se colocó la estructura de piedra que cubría este túmulo. Es una pieza excepcional y única”, datada en la segunda mitad del siglo X.

Si los huesos del ataúd fueran de una mujer, que en la sociedad aborigen ocupa un lugar secundario, «tendríamos que empezar a valorar las relaciones de género en virtud de la condición social»

Sorprende, además, que en el interior [del ataúd] aparecen los restos de un individuo, en un proceso de descomposición bastante grande y con sólo algunas partes del esqueleto, del que “hay indicios que apuntan a que se trata de una mujer; necesitamos un análisis de ADN para confirmarlo”.

Si aquí estuviéramos ante una mujer, que en las relaciones de género de la sociedad aborigen ocupa un lugar secundario (por ejemplo, no tiene acceso al poder), “se abre otra línea de investigación: la mujer enterrada en este ataúd de madera ha recibido una inversión de trabajo muy grande para ser enterrada así, por tanto, tendríamos que empezar a valorar las relaciones de género en virtud de la condición social de cada una de las personas”.

Huesos de un perinatal de 40 semanas sobre una pieza de cerámica rota, datados en el s. XI, del yacimiento arqueológico de Cendro (Telde). | FOTO TATO GONÇALVES

Sin rastro de los infanticidios

Destaca Teresa Delgado que “lo más llamativo de las necrópolis en túmulos es que no hay niños, sobre todo individuos perinatales (entre las 28 semanas de gestación y la primera semana de vida: en torno al momento de nacimiento)”. Mientras en las cuevas funerarias, que tienen carácter colectivo, sí hay adultos y niños; en los túmulos y, más tarde, en las cistas (una caja de piedras donde se pone el cadáver que se cubre con un enlosado) y fosas (un agujero en el suelo donde se entierra el cadáver), no. “Los están colocando en otro sitio”.

TERESA DELGADO, conservadora de El Museo Canario:
«Había altas tasas de mortalidad infantil y los enterramientos de perinatales en espacios domésticos reflejan un patrón de muerte natural, por lo tanto, es bastante cuestionable que fuera un posible infanticidio»

Es otro de los enfoques del proyecto: abrir camino y empezar a estudiar la infancia, que aparece enterrada en espacios domésticos y no en las necrópolis. Y han prestado especial atención al yacimiento arqueológico de Cendro (Telde), excavado en los años 80 del siglo XX y donde se barajó la posibilidad de que el hallazgo de numerosos cuerpos de niños fuera por prácticas de infanticidio que citan las fuentes escritas.

Pero huesos de individuos infantiles también se han encontrado en La Cerera (Arucas), en espacios domésticos de cuevas naturales en Guayadeque, en las cuevas de Facaracás (Gáldar)… siempre de perinatales.

“La revisión que hemos hecho de la excavación de Cendro nos indica un número mínimo de individuos que está entre 10 y 11 y las edades están comprendidas, sobre todo, entre las 36 y las 40 semanas de gestación, aunque hay uno que tiene 32 semanas de gestación”. La datación de un hueso de perinatal de 40 semanas lo sitúa en el siglo XI, unas fechas en las que estos individuos no están en los cementerios indígenas.

El momento de mayor riesgo de mortalidad se produce durante el nacimiento y la primera semana de vida. “En estas sociedades se producían altas tasas de mortalidad infantil que apuntan a un 40% y lo que tenemos aquí, en principio, está reflejando un patrón de muerte natural. Por lo tanto, es bastante cuestionable que fuera un posible infanticidio: si vemos los perinatales de las cuevas del siglo VIII para atrás y los comparamos con los de Cendro, encontramos exactamente la misma proporción de individuos y las mismas edades. Es como si trasladamos a todos los perinatales de las cuevas a los espacios domésticos. Los perfiles son los mismos” ●

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