Arqueología

Restos óseos bajo las arenas ocultas de La Isleta

Huesos de indígenas, piratas y esclavos aparecen cuando se abren zanjas para canalizaciones

HISTORIA DE UNA CIUDAD. Abrir una zanja para instalar canalizaciones en cualquier calle del barrio portuario de Las Palmas de Gran Canaria suele traer aparejado el hallazgo de restos óseos de diversas épocas y origen. Así ocurrió en 2000 (dos piratas holandeses) y, más recientemente, en 2018 (un joven de 15 años cuyo ADN se investiga). [En PELLAGOFIO nº 74 (2ª época, abril 2019)].

Por YURI MILLARES

En agosto de 2018 un grupo de operarios excavaba una zanja para el soterramiento de la línea eléctrica de alta tensión de la empresa Endesa entre el Muelle Grande, en la zona portuaria, y el barrio de Lomo Apolinario. Se encontraban en la esquina de las calles Juan Rejón con Pérez Muñoz, a muy pocos metros de la iglesia de Nuestra Señora de La Luz (cuyo origen se remonta a la llegada de los conquistadores castellanos en el s. XIV y donde en 1552 ya se había levantado una ermita o capilla), cuando entre la arena apareció un cráneo.

Dado que La Isleta –el populoso barrio portuario de Las Palmas de Gran Canaria, en la península del mismo nombre– es una zona donde potencialmente pueden aparecer restos arqueológicos, la empresa adjudicataria de las obras había contactado con Tibicena Arqueología y Patrimonio para que hiciera un seguimiento de los trabajos. En la zona ya se habían documentado apariciones de restos óseos humanos con anterioridad, algunos vinculados con la antigua necrópolis aborigen que había en La Isleta. Más recientemente, los restos óseos de dos piratas de la flota del holandés Van der Does, encontrados en 2000 en la calle Rosarito –en este caso, a pocos metros de la zanja abierta en 2018–, lugar que era la playa por donde desembarcaron en 1599 y se produjo un feroz combate.

Entre los huesos hallados en la zanja de calle Juan Rejón, partes del esqueleto como la mitad superior de la columna vertebral (siete vértebras cervicales y hasta la cuarta vértebra torácica). | FOTO CEDIDA POR TIBICENA ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO

“Cuando nos presentamos, les había aparecido un cráneo en un perfil de la zanja”, recuerda la arqueóloga Martha Alamón Núñez del hallazgo de la calle Juan Rejón.

El cráneo estaba enterrado en la arena húmeda, pero una vez abierta la zanja y en contacto con el aire, la arena se secó y la pieza ósea cayó al fondo del agujero abierto por los trabajadores, que lo volvieron a colocar donde supuestamente había aparecido. Iniciada la excavación arqueológica aparecieron otros huesos, primero una costilla; después, piezas de la mano derecha; y, finalmente, más partes del esqueleto como la mitad superior de la columna vertebral (siete vértebras cervicales y hasta la cuarta vértebra torácica), clavículas y las cabezas de los húmeros.

Algunas características del cráneo y patologías detectadas en los huesos podrían apuntar a que se trate de un esclavo de origen subsahariano

Adolescente de 15 años
Se trataba del enterramiento primario de un adolescente de unos 15 años, gravemente alterado también por otra obra anterior de canalizaciones, por lo que el esqueleto no estaba completo (le faltaban las extremidades, por ejemplo). Se seleccionó una muestra de hueso para su datación radiocarbónica, en concreto, de una “costilla izquierda que presentaba una fractura transversal, pero con una buena conservación.

La muestra fue enviada al laboratorio DirectAMS en Washington, EEUU. Según los resultados obtenidos los restos humanos se fechan con una probabilidad del 95,4% entre finales del siglo XV y principios del siglo XVII”, escribe Alamón en la memoria de la excavación arqueológica (1).

Excavación arqueológica en la que se hallaron diversos huesos de un joven de 15 años del siglo XVI o XVII.. | FOTO CEDIDA POR TIBICENA ARQUEOLOGÍA Y PATRIMONIO

El cuerpo estaba enterrado, aparentemente, siguiendo el rito católico: mirando al este, donde a pocos metros se encuentra la iglesia de La Luz. “El dato del carbono 14 no permite precisar el origen de los restos, podrían pertenecer a un individuo aborigen, un pirata (por la edad es difícil, pero tampoco resultaría extraño en esa época), o puede estar relacionado con la llegada de esclavos al puerto”, explica la arqueóloga a PELLAGOFIO.

Algunas características del cráneo (el puente de la nariz muy chato, la forma de la órbita de los ojos) y patologías detectadas en los huesos podrían apuntar a esta última posibilidad (un esclavo de origen subsahariano), aunque Martha Alamón no lo confirma, prefiere esperar por los resultados del estudio del ADN para establecer de forma precisa su procedencia.

«A pesar de ser un individuo muy joven, tiene marcas en los huesos que nos indica que hacía algún tipo de actividad física importante relacionada con llevar mucho peso sobre los hombros o sobre la cabeza»MARTHA ALAMÓN, arqueóloga

Del estudio de los huesos sí se sabe que, “a pesar de ser un individuo muy joven, tiene marcas en los huesos que nos indica que hacía algún tipo de actividad física importante relacionada con llevar mucho peso sobre los hombros o sobre la cabeza, porque tiene signos de osteoartritis tanto en los cóndilos del occipital como en vértebras cervicales”, señala.

A diferencia del hallazgo en 2000 de los huesos de los dos piratas enterrados, donde también había otros restos asociados (como monedas, balas o botones) que permitieron identificar las circunstancias históricas y el origen de sus cuerpos, aquí “no se encontró ningún otro resto que pudiera dar pistas”, detalla Alamón.

Piratas y herejes
La excavación arqueológica de 2000 que permitió identificar que se trataba de unos piratas, también fue resultado de un hallazgo casual a raíz de unas obras de acondicionamiento de la red de saneamiento y alcantarillado en febrero de aquel año. Aquí también se había producido una primera destrucción del enterramiento en los años treinta del siglo XX, durante la instalación de la primera canalización en el barrio, “originando la pérdida de parte de los dos individuos enterrados en ese lugar”, escribieron los arqueólogos que participaron en esta otra intervención (2).

Aún así, lo que se encontró aportó información singular situada en un contexto histórico tan definido como el ataque de la escuadra holandesa de Van der Does, con 74 navíos, a la ciudad de Las Palmas el 26 de junio de 1599. Agresión que se prolongó hasta el 4 de julio de 1599, cuando “el almirante Pieter Van der Does y sus tropas se refugiaban en los barcos anclados en la rada del Puerto de Las Palmas y permanecían allí hasta el día 8 de julio, demora debida a la reparación de naves y solicitudes de rescates de los prisioneros canarios que quedaban en su poder”, se detalla en la publicación que relata todo lo referente a esta otra excavación arqueológica (3).

Los piratas fueron enterrados boca abajo, uno de ellos con las manos atadas a la altura de la muñeca, en una posición «absolutamente deliberada» como un castigo a su ‘falsa fe’

Estos dos individuos, fallecidos durante el ataque pirático y enterrados en una misma fosa directamente en la arena en lo que entonces era la orilla del mar, se pudo determinar que eran dos hombres de 18-22 años uno y entre 30 y 40 años el segundo (en peor estado de conservación).

“…Presentan unos relieves óseos notoriamente marcados, muy evidentes en las extremidades superiores (…) indicadores de que ambos individuos ejercitaron sus brazos de forma repetida en acciones que implicaban un sobresfuerzo muscular. (…) Estos rasgos muestran que se trataría de dos individuos muy robustos, que debieron contar con un importante desarrollo muscular, sobre todo en sus brazos” (4).

Fueron enterrados boca abajo, el primero de ellos con las manos atadas a la altura de la muñeca, en una posición “absolutamente deliberada”, destacan. “No recibieron cristiana sepultura. (…) Esta cuestión hace suponer que se trataría de dos individuos con unas creencias religiosas ajenas al catolicismo y, por tanto, consideradas herejías (protestantes, normalmente). Para ellos, se reservaba este tipo de prácticas (en concreto la de ser colocados boca abajo) cuando eran enterrados por católicos como un castigo a su supuesta falsa fe” (5).

Aquí “resultan patentes gestos de violencia dirigidos contra los individuos inhumados. Una violencia que, aunque no física, sí se manifiesta en el modo en que se practica el enterramiento, (…) con un castigo que, para la mentalidad de las gentes de la época, constituiría la más severa de las penas” (6).
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(1) «Sondeos arqueológicos en la calle Juan Rejón-Puerto de la Luz, en el t.m. de Las Palmas de Gran Canaria
(Gran Canaria)», Tibicena Arqueología y Patrimonio SL, agosto 2018, pág. 45.
(2) Javier Velasco Vázquez, Verónica Alberto Barroso y Pedro Quintana Andrés, La mala muerte. El depósito funerario de la calle Rosarito de La Isleta, Cabildo de Gran Canaria, 2003, pág. 37.
(3) Ibídem, pág. 99.
(4) Ibídem, pág. 57
(5) Ibídem, págs. 69-70.
(6) Ibídem, pág. 70.

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