Tecnología de los molinos guanches, gofio y tierra en la boca

LA HUELLA ABORIGEN. Utilizados todavía hasta el siglo XX, poco se conoce sobre cómo los fabricaban los guanches, algo que está resolviendo el arqueólogo Lacave experimentando él mismo con los materiales (basalto y toba) y las herramientas (picos y escoplos de piedra puntiaguda, martillos de madera) que utilizaban en Tenerife y Gran Canaria. [En PELLAGOFIO nº 87 (2ª época, agosto 2020)].
ALBERTO LACAVE, arqueólogo:
«Este invento es de la Edad del Hierro, lo que nos indica que los pueblos que llegaron a Canarias ya lo conocían, eran pueblos de la Edad de Hierro»
Por YURI MILLARES
El arqueólogo Alberto Lacave analiza el sistema de producción de los molinos de gofio aborígenes en el marco de su tesis doctoral sobre la tecnología lítica de los indígenas del archipiélago. “Este invento (que después perfecciona el mundo romano) es de la Edad del Hierro, tanto en el norte de África como en la Península Ibérica. Eso nos indica que los pueblos que llegaron a Canarias ya lo conocían, eran pueblos de la Edad de Hierro”, indica.
“Yo estudio el material arqueológico y propongo hipótesis que después han de ser contrastadas con experimentación”, explica. Por eso labra sus propios molinos con piedra de basalto de Las Cañadas del Teide, donde hay localizadas dos canteras aborígenes. En Tenerife, los guanches los fabricaban con bloques sueltos de conos volcánicos (escorias de basalto vacuolar que, al tener muchos gases en el momento de su formación, contienen burbujas que le dan aspereza, una capacidad de fricción muy grande buena para los molinos) y los tallaban. En Gran Canaria el sistema “es un poco más complejo –detalla–: hay hasta siete canteras de toba donde se talla la forma en la pared que después extraen y terminan”. Una técnica que convive con el modelo de Tenerife, pues también cogen bloques sueltos para tallarlos.

La forma de fabricarlos es diferente según sean de basalto o toba. Su hipótesis es que hay una técnica de talla muy determinada para cada caso, por lo que él compara las huellas de fabricación de los que proceden de la época aborigen con los que él fabrica. Utiliza un escoplo de piedra y un martillo de madera para labrar el basalto porque piedra contra piedra se rompe. “Este tipo de talla se realiza con una piedra apoyada sobre la pieza a esculpir y se golpea con un mazo de madera, que deja una huella muy diferente (en la forma de las lascas)”, dice.
Con los molinos de basalto y toba «vas a comer piedra», pues durante la molienda del grano tostado la piedra suelta siempre un poco de arenilla
En el caso de las canteras de toba de Gran Canaria las herramientas son otras, unos picos de piedra basáltica muy duros y tenaces con los que se golpeaba directamente (sin mazo). “Los mismos, creemos, que se usaban para labrar las cuevas y los silos, pues es la herramienta para trabajar la toba”, añade. Son de mayor tamaño que los usados en Tenerife, donde para golpear se empleaba el mazo de madera.
En la industria lítica existe lo que se llama “fractura concoidea”, que produce el basalto cuando se le golpea en el “cono de percusión”, fracturándose de forma mecánica en unas lascas planas. Pero la toba, observa, no tiene esa fractura mecánica, sin laminar, “si le das un golpe se revienta, mientras que si le doy un golpe certero a la piedra de basalto se desgaja una lasca que no se genera con la toba. La toba es muy endeble pero no tiene una fractura controlada, requiere menos precisión, es más fácil de trabajar, pero más fácil que se rompa”.
Con las dos materiales, basalto y toba “vas a comer piedra”, advierte, pues durante la molienda del grano tostado para convertirlo en gofio la piedra suelta siempre un poco de arenilla. “Las piedras que se utilizan hoy en día son de granitos muy buenos, pero los aborígenes lo que tenían era basalto y, en Gran Canaria, toba, que es ceniza volcánica compactada”.
«Es imposible obtener una cronología de los molinos, son materiales que no se pueden datar como la cerámica o la fauna»ALBERTO LACAVE, arqueólogo
Al comer se desgastaban los dientes, “aparte de los problemas de riñón terribles que debían tener”, dice. “¿Por qué en Gran Canaria, teniendo mejores materias primas para la salud, utilizan la toba? Además, es una producción intensa con siete canteras dedicadas a ello. Es algo que aún no logro entender”.
Mismo diámetro y eje
En todos los casos, los molinos aborígenes repiten unas características similares: la muela de arriba tiene el orificio para el eje de unos ocho centímetros de diámetro, el doble que el hueco agujereado de la muela de abajo donde se apoyaba (que es de cuatro centímetros) para que haya espacio libre y poder echar el grano.

En cuanto al ancho de la piedra, suele estar entre los 30 y los 40 cm, “básicamente la medida del codo a la muñeca: el antebrazo, seguramente era su medida estándar”. Tras la conquista castellana se siguieron utilizando durante siglos, aunque se fueron fabricando de mayor tamaño y se ponían sobre una mesa.
Las canteras de los aborígenes, “están especializadas en hacer los molinos”, aunque existe el problema de que “es imposible obtener una cronología, porque sólo hay molinos a medio hacer, lascas de molinos y herramientas; ninguno de esos materiales se puede datar como la cerámica o la fauna; tampoco hay estructuras habitacionales, iban allí a hacer molinos y punto”.
Además, hay una continuidad en algunas de esas canteras. “En Las Cañadas tenemos una que, por el tamaño de las muelas, creemos que hay un momento de fabricación guanche que continúa históricamente para hacer molinos más grandes después de la conquista”. En Gran Canaria hay una cueva en el barranco de Cardones (Arucas) “con un afloramiento de donde se extraían preformas de los molinos desde la pared, ¡pero en basalto!, que agüita, no sé cómo la extraían porque es más duro que la toba”.
Los guanches iban dejando molinos en algunas cuevas de los caminos que transitaban, «para cuando pasaran con las cabras y no tener que ir cargándolas todo el rato»
Los escondrijos
Hay molinos que en la parte activa de las muelas, la que hace la fricción tallaban unos surcos de reavivado, para que siguiera mordiendo (también se hace en los molinos de hoy en día). “Pero en Tenerife encontramos también uno con los surcos por encima. ¿Motivos soliformes? No, descarta, se trata de algo funcional.
“Yo pienso que puede ser para amarrárselo y llevarlo como una especie de mochila, porque lo encontramos en caminos, porque los guanches se movían con los molinos. Según Amelia Amelia [Rodríguez, catedrática de Prehistoria de la ULPGC], es por la conservación de la cebada, es decir, es mejor llevarla en espiga y cuando quieres comer la tuestas un poco, la mueles y la comes. Eso podría explicar los molinos que encontramos en los caminos, si no, ¿por qué te lo vas a llevar?”
En Las Cañadas del Teide, además, hay un fenómeno, el de los escondrijos: los guanches iban dejando objetos (una cerámica, el molino) en algunas cuevas de los caminos que transitaban, “para que cuando pasaran con las cabras y no tener que ir cargándolas todo el rato”.

Estos molinos se siguieron utilizando en las siguientes generaciones. “Fue uno de los elementos que sobrevivieron de la cultura aborigen hasta prácticamente el siglo pasado. Sobre todo, en núcleos poblacionales donde no había llegado el molino de viento o de agua y necesitaban procesar el grano”.
“Además –continúa–, como son bastante duraderos, los guanches los heredaban. Hay testamentos guanches en los que se lee: «dejo en herencia mis dos cabras, mi atahonilla…» (el molinito de mano). Muchos de los molinos que tenemos en los museos son de donaciones y no están bien contextualizados, no están sacados de un yacimiento arqueológico o excavados con rigurosidad, sino que son hallazgos puntuales”.
Lustre del cereal
A los molinos les queda una cosa que se llama el lustre del cereal, “un pulido brillante de la fricción de la materia vegetal con la piedra, que se escacha y forma una pátina brillante”, señala Lacave. Y como se hace ahora, picaban la piedra para que volviera a morder, además de quitarle ese pulido.
“Lo vi con un molinero de Lanzarote, porque, decía, cuando la piedra del molino tiene mucho de esa pátina brillante deja el gofio amargo. Entonces hay que raspar y eso hace que los molinos se vayan gastando. He visto molinos aborígenes como mi dedo de grosor, finísimos; se van gastando, pero perviven mucho”, destaca.

Gofio y piedra entre los dientes
“Durante el enharinado de los cereales con el molino, se desprenden partículas de piedra que se incorporan al gofio –detalla Teresa Delgado, conservadora de El Museo Canario, consultada por Pellagofio–. Su consumo cotidiano por parte de la población aborigen de Gran Canaria provocó un desgaste progresivo de las piezas dentarias. Frecuentemente, esta pérdida de tejido dental desencadenó procesos infecciosos que terminaron con la pérdida en vida del diente. Tanto la naturaleza de los alimentos consumidos, como la manera de procesarlos, constituyen factores que tienen un gran peso en la salud dental de las poblaciones”.
TERESA DELGADO:
«La pérdida del esmalte, a consecuencia del desgaste, deja expuesta la cavidad pulpar a través de la que se produce la entrada de bacterias y la consiguiente infección»
Para ilustrarlo ofrece la imagen sobre estas líneas, una fotografía de uno de los cráneos que se conservan en el museo en la que se aprecia, explica, “cómo los dos premolares han perdido completamente el esmalte a consecuencia del desgaste, dejando expuesta la cavidad pulpar, a través de la que se produciría la entrada de bacterias y la consiguiente infección”.
“El primer molar muestra también una avanzada exposición de dentina (que es el tejido dental que está debajo del esmalte), conservando esmalte solo en algunos de los bordes. El segundo molar muestra color blanco porque conserva todo el esmalte, aunque ya se aprecia cómo las cúspides características de los molares se han borrado a consecuencia del desgaste”.
Si nos fijamos, “el esmalte se distingue porque es blanco; debajo de él hay otro tejido que es la dentina y que se distingue por su coloración amarillenta”, concluye ●