Patrimonio cultural de Canarias

La edad dulce del timple y el retorno de Totoyo Millares

El periodista Luis Ortega firma desde Santa Cruz de Tenerife el tema de portada de este número de PELLAGOFIO dedicado a los intérpretes “del instrumento más característico de la música popular” y, en especial, a Totoyo Millares; sin olvidar a otros maestros (como Casimiro Camacho) o a los jóvenes timplistas que han colocado el timple en lo más alto (José Antonio Ramos, Domingo Rodríguez ‘El Colorao’ y Benito Cabrera). [En PELLAGOFIO nº 29 (1ª época, febrero 2007)].

Colección de timples de Totoyo Millares. De izquierda a derecha:
1) timple de concierto (constructor Rafael Morales, Arucas, Gran Canaria);
2) «el timple» (constructor Simón Morales Tavío, Teguise, Lanzarote);
3) timple tiple (constructor Agrícola Álvarez, La Laguna, Tenerife);
4) timple mandolina (constructor Francisco Rodríguez Franco, Telde, Gran Canaria);
5) timple contra (constructor Agrícola Álvarez);
6) timple tradicional con dedicatoria de Rafael Alberti (constructor Francisco Rodríguez Franco);
7) timple tradicional (constructor José Alemán Hernández, Santa Brígida, Gran Canaria). / FOTO Y. M.

Por LUIS ORTEGA
Periodista y escritor

El timple vive momentos dulces; los nombres de José Antonio Ramos, Domingo Rodríguez y Benito Cabrera le han llevado a las cotas máximas de audiencia dentro y fuera de Canarias; Totoyo Millares, el más notable de los precursores de este ciclo de gloria, vuelve a los escenarios tras una ausencia de 30 años y Gran Canaria, por medio de su Cabildo, le tributa un homenaje insular.

Los timples de tres islas representadas en una sola (y rara) imagen: Domingo Rodríguez ‘El Colorao’ (Fuerteventura), Totoyo Millares (Gran Canaria) y Benito Cabrera (Tenerife)./ FOTO Y. M.
Los timples de tres islas representadas en una sola (y rara) imagen: Domingo Rodríguez ‘El Colorao’ (Fuerteventura), Totoyo Millares (Gran Canaria) y Benito Cabrera (Tenerife).| FOTO YURI MILLARES
En esta relación telegráfica se resume la pujante actualidad del instrumento más característico de la música insular, una ingeniosa variante de la guitarra barroca, con parentescos en España y América, reconocible por su sonoridad y agudeza, imprescindible para el folclore común de las islas que hunde sus raíces en la vasta Andalucía. Su amplio arraigo popular contrasta con su difusa historia. Apenas se puede garantizar su procedencia lanzaroteña, acreditada por la constancia, calidad y fama de los constructores conejeros; el empleo de maderas nobles para su brazo escueto y para su caja de resonancia estrecha y abombada, que algunos llaman joroba; barbusano, pino y moral de los montes de la banda occidental e, incluso, aportaciones americanas para completar y ornamentar el instrumento bullanguero que, desde Lanzarote, se extendió al folclore mestizo de cinco islas y, más tarde, a las parrandas de las siete.

En la misma línea evolutiva que la guitarra barroca, el timple contó inicialmente con cuatro cuerdas y, con el nombre de contra, pervivió en algunas comarcas de Tenerife y La Palma

Como todos los instrumentos de pulso y púa, en el encordado, la tripa original fue sustituida por la tanza de pesca y por el nylon y en la misma línea evolutiva que la guitarra barroca, el timple contó inicialmente con cuatro cuerdas y, con el nombre de contra, pervivió en algunas comarcas de Tenerife y La Palma; la adición de la quinta cuerda, según la tradición, en la banda oriental, supuso la misma revolución que la aportación realizada por Vicente Espinel, “que además de inventar y popularizar la décima en versos de arte menor, añadió el quinto pulso a la guitarra de España y así se llevó a las Américas”. Con estas pocas convenciones y algunas reglas comunes de afinado, el timple creció en uso, fama y crédito entre el pueblo llano y proyectó los de nombres de Jeremías Dumpiérrez y Casimiro Camacho respectivamente en Lanzarote (“la cuna de instrumento”) y Fuerteventura, y una selecta relación de maestros y parranderos por cada isla.

Asumió el compromiso de “sacar el timple de las tabernas y romerías y situarlo en los escenarios, con la dignidad y los registros de cualquier otro instrumento”

Sabandeños y gofiones
Ese era el estado de la cuestión, cuando el voluntarioso Totoyo Millares, miembro de una saga de alto protagonismo cultural en Gran Canaria, asumió el compromiso de “sacar el timple de las tabernas y romerías y situarlo en los escenarios, con la dignidad y los registros de cualquier otro instrumento”. Por entonces, Los Sabandeños habían ampliado los anaqueles del folclore canario, renovado sus modos y definido un estilo que, con variantes insulares, fue seguido por nuevos grupos masculinos, parrandas de grandes instrumentistas y empastadas voces. Fue la gran alternativa frente a la costumbre de la Sección Femenina que, desde la inmediata posguerra había controlado los cantos y bailes, agotado por cansancio las letras y uniformado las coreografías.

En esa etapa nacieron Los Gofiones –cuya biografía se escribe con los méritos de exigencia y la constancia día a día– y una academia dedicada en exclusividad al aprendizaje del timple en la calle Triana, junto al hermoso barrio de Vegueta al que dedicó un nostálgico tema el poeta José María Millares, difundido por numerosas ciudades de España, Europa y América por el grupo lagunero dirigido por Elfidio Alonso y Quique Martín.

Desde entonces, la apasionada relación de Totoyo Millares con la música popular de su tierra y con la docencia del popular instrumento “que ofrecía y ofrece, como todos reconocen hoy, muchas más posibilidades que el mero acompañamiento de la parranda”. La iniciativa, defendida con uñas y dientes por Totoyo, se tradujo en cifras mareantes de alumnos: “Más de cuarenta y ocho mil pasaron por las aulas, y no sólo niños y jóvenes canarios, sino también peninsulares, europeos y hasta japoneses que aparecieron por el panorama cosmopolita de Las Palmas”.

Totoyo Millares y José Antonio Ramos ensayan en el estudio del segundo, durante la sesión de fotos para esta página de PELLAGOFIO./ FOTOS Y. M.
Totoyo Millares y José Antonio Ramos ensayan en el estudio del segundo, durante la sesión de fotos para esta página de PELLAGOFIO.| FOTOS YURI MILLARES
A Totoyo Millares se deben los primeros conciertos con el timple como instrumento solista. “En Canarias, donde tenía a favor su popularidad y fuera, donde lo miraban con curiosidad y desconfianza y tras oírlo pasaban a la sorpresa y el entusiasmo. Recuerdo que el público y la crítica de Madrid hablaban con entusiasmo y admiración de su sonoridad y alegría”. Con Totoyo llegaron también las primeras grabaciones discográficas –“en empresas que tenían entonces gran importancia y potencia económica y que luego desaparecieron por la fuerza de las multinacionales”– y la aparición de los álbumes que, con el protagonismo del timple, recorrieron todos los temas del folclore canario.

Manos de maestro
Después de tres décadas de ausencia –“mis últimos discos fueron de vinilo”– Millares volvió al estudio con uno de sus alumnos predilectos, José Antonio Ramos, y grabó sus viejas creaciones actualizadas y temas de Ramos, “al que reconozco un talento excepcional de compositor e intérprete, en el recopilatorio Las manos del maestro.

Después de tres décadas de ausencia Millares volvió al estudio con uno de sus alumnos predilectos, José Antonio Ramos

En el último tramo de 2006, Totoyo Millares y José Antonio Ramos, acompañados de un solvente grupo de músicos que incluye instrumentos de viento –“que hasta ahora había sido la pata coja del recuperado folclore canario”– han recorrido Canarias y han devuelto a la actualidad las condiciones del excelente timplista, “de diáfana digitación y profundo rasgueado”, con la lectura moderna que Ramos hace del popular instrumento que “con Totoyo pasó de las tabernas a los teatros, sin que se resintiera su autenticidad y alegría”.

En una inolvidable velada en el teatro Cuyás, Gran Canaria rindió el merecido homenaje insular a un músico de inteligencia y piel como Totoyo Millares. En todas y cada una de las etapas del recorrido, en todas y cada una de las islas, su regreso permitió la recuperación del recuerdo para cuantos le conocimos en los años setenta y despertó la sorpresa y la atención para las nuevas generaciones de espectadores que, en las horas dulces del timple, tienen derecho a conocer a sus meritorios precursores.

Pero las horas dulces del timple y los nombres que los alientan –entre los que se encuentra indudablemente Totoyo Millares– serán historias para otros días. Ahora toca saludar con alegría su regreso.

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