Patrimonio rural

Carmelo Molina: «Cipriano me silbaba “vamos a Acusa al baile”»

"Si estaba en los tomateros decía “Arabita, tráeme un bocadillo”"

SILBO EN GRAN CANARIA. «El teléfono nuestro era así», dice Carmelo Molina, al que todos llaman ‘Angelito’, añadiendo algunas frases con el silbo a modo de ejemplo. Material adjunto al reportaje El silbo en Gran Canaria, un lenguaje que se extingue. [En PELLAGOFIO nº 100 (2ª época, mayo 2021)].

Por YURI MILLARES

“El teléfono nuestro era así”, dice Carmelo Molina, Angelito (81 años), añadiendo algunas frases con el silbo. “Yo estaba en El Parralillo y él –se refiere a su primo Cipriano– en El Junquillo y me decía. «¿Cuándo vas a ir para Acusa?». Y yo le decía: «No puedo, porque estoy con las cabras (o con las vacas)». Dice: «Bueno, un día voy yo por ahí y vamos para Acusa al baile». Estábamos en los barrancos como los gatos salvajes”.

El padre de Cipriano también silbaba, recuerda, «para que las cabras se pararan o para espantarlas y eso nosotros lo fuimos practicando»

Nacido en El Carrizal de Tejeda, con tres años se trasladó la familia al cortijo de El Parralillo, en Artenara.

“Estuve en aquel barranco hasta la edad de 19 años. Guardando cabras, vacas, llevando al burrillo cargado de millo al molino que había antes de Artenara. ¡Un frío! Y yo no llevaba sino los calzoncillos y los pantalones puestos. Ni camisilla ni chaqueta ni nada. ¡Y unos temblores! Cuando soltaba el cabresto para sacar los sacos y echarlos al molino, no podía soltarlos. Tenía que venir el molinero y soltarlos, porque tenía los dedos entumidos de frío. Y también estaba yendo al colegio a la escuela de Acusa, con siete años. Pero me fui con las cabras a trabajar y no volví más”, relata.

A esa temprana edad ya aprendió a silbar, comunicándose apenas con su primo Cipriano, practicando mientras estaban con las cabras “por la cuenta nuestra, allí no había más nadie”.

El padre de Cipriano también silbaba, recuerda, “para que las cabras se pararan o para espantarlas y eso nosotros lo fuimos practicando. Pfiu-pfiu-pfiuuu, vengan para abajo; pfiu-pfiu, para arriba. Y le digo [a mi primo], vamos a hacer eso nosotros, tú me llamas a mí y yo te llamo a ti por el silbido. Coño, las cabras comprenden el silbido, juyen para acá y juyen para allá, nosotros también tenemos que saber”.

Después de guardar cabras de niño, con 19 años bajó a trabajar a los tomateros de La Aldea. “Como sabía silbar en cualquier momento silbaba. Y si, por ejemplo, iba a llamar a mi padre, mi madre o mis hermanos los llamaba por el silbido. Lo único, ya fuera Cristóbal, Fernando, Arabita o Bella. Y si estaba en los tomateros decía «Arabita, tráeme un bocadillo» o «yo no he comido», por si estaba la comida preparada”.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba