Patrimonio rural

Maretas del Estado, 32 mil pipas bajo tierra

Las Maretas del Estado se construyeron a principios del siglo XX para el abastecimiento de agua a la población de Arrecife. El rey Alfonso XIII visitó las obras y sus prisas por bajarse del camello que lo trasladaba provocaron que el ministro de la Guerra se estrellara contra el suelo. [En PELLAGOFIO nº 36 (2ª época, noviembre 2015)].

Detalle de las empinadas escaleras que descienden al fondo de los aljibes. | FOTO Y. MILLARES
Detalle de las empinadas escaleras que descienden al fondo de los aljibes. | FOTO Y. MILLARES
Las conocidas como Maretas del Estado son una llamativa construcción subterránea –que no se aprecia desde la superficie, hay que descender al interior por una estrecha escalera para ello– compuesta por 16 grandes aljibes, bajo una estructura rectangular de 34 por 120 metros. Alrededor de ellas se acondicionaron casi 90 mil metros cuadrados de terreno como alcogida (expresión local de “acogida”) de las aguas pluviales. Las obras comenzaron en torno al año 1902 y concluyeron, no sin numerosas dificultades presupuestarias, en 1913.

Actualmente en desuso y sometidas a trabajos de limpieza y restauración para un futuro disfrute ciudadano aún por definir, forman parte del Catálogo de Protección de Bienes del Ayuntamiento de Arrecife y se está tramitando su expediente para declararlas Bien de Interés Cultural.

También fueron conocidas como Maretas del Rey, ya que recibió en 1906 la visita de un jovencísimo monarca Alfonso XIII (apenas contaba 20 años de edad), que protagonizó una singular anécdota cuando hizo caer al ministro de la Guerra, general Agustín Luque, de la silla que compartían, al acercarse subidos en un camello al lugar donde se desarrollaban las obras.

Los camelleros del rey
La anécdota nos la ha contado Juan Brito, cuyo padre era militar precisamente en aquel 1906. Para trasladar al monarca y a su ministro de la Guerra, las autoridades locales utilizaron los servicios de dos camellas que se iban turnando, para lo que contrataron a los respectivos camelleros: uno era conocido como Angelito el Fino y el otro, “que tenía una camellita que era tranquila”, dice Brito, se llamaba Marcial Hernández.

Alfonso XIII y el ministro de la Guerra subidos a la camella de Angelito el Fino. | FOTO MEMORIADELANZAROTE.COM (COLECCIÓN FAMILIA MATALLANA)
Alfonso XIII y el ministro de la Guerra subidos a la camella de Angelito el Fino. | FOTO MEMORIADELANZAROTE.COM (COLECCIÓN FAMILIA MATALLANA)

El camellero al rey: «Mi niño, es que usted se va a matar»

Los camelleros “le peleaban a Alfonso XIII porque era inquieto, no había quién lo sujetara. Y dicen que le decía Angelito el Fino al rey: ‘Mi niño, es que usted se va a matar’. Fueron a la mareta, que no estaba terminada [se estaba acondicionando el suelo a través de una especie de hoyo] y en aquellos tiempos fue la obra más importante que se hizo en Canarias”, relata.

“Allí ya tenían delimitado el territorio para la alcogida, la recogida de aguas –continúa Brito–. Cuando llegaron arriba, pararon los camellos para explicarle al rey lo que era aquello (que en ese tiempo era un chinijo, un chico joven). Creo que el camello iba por el lado del muro y las patas del rey le quedaban cerca. Así que cuando seño Angelito paró la camella para hacerla echar por allí, el rey vio el muro cerca y debió pensar ‘bueno, pues yo me bajo aquí’, así que se bajó al muro y el ministro de la Guerra, que iba por el otro lado, se cayó de la silla al perder el equilibrio y casi lo mata”, ríe imaginando cómo pudo ser la escena.

«Alfonso XIII se bajó y el ministro de la Guerra, que iba por el otro lado del camello, se cayó de la silla al perder el equilibrio y casi se mata»JUAN BRITO

Falta de recursos
Para construir los aljibes “se emplea cemento, cal, arena y piedra. En ella trabaja la familia de Los Concepciones, procedente de Haría, que eran labrantes de piedra viva y se encargan de realizar el canto labrado”, describe el informe que se prepara para el expediente de declaración de BIC de esta obra, que “estuvo parada en varias ocasiones debido a la falta de recursos económicos para su financiación”.

Los aljibes están comunicados todos entre sí por estas aberturas en las paredes medianeras. | FOTO Y. MILLARES
Los aljibes están comunicados todos entre sí por estas aberturas en las paredes medianeras. | FOTO Y. MILLARES
Respondía “a la necesidad de agua de la población de Arrecife. En este núcleo faltan los depósitos ya que su construcción encarece la fabricación de la vivienda. Algunas veces la edificación del aljibe sirve para abastecerse de la piedra necesaria para levantar el edificio. No obstante, el crecimiento rápido de la población supone la escasez de depósitos”.

Las grandes dimensiones de los aljibes (sus techos abovedados con piedras labradas y trampeadas, unidas por mortero de cal y con juntas bien rematadas, descansan sobre unos muros medianeros, con unas aberturas que permiten el paso del agua entre todos ellos y el de trabajadores que tuvieran que realizar labores de limpieza) tienen capacidad para almacenar 32 mil pipas de agua, es decir, 16 mil metros cúbicos.

Fraude en la mezcla de cal
La amplia alcogida que se acondicionó tenía planta pentagonal y el comportamiento hídrico se sustentaba en el que existe en el suelo natural, explica dicho informe, “por lo que se aprovecha una ligera pendiente surcada por suaves escorrentías. Tres caños o conducciones hacen derivar el agua hacia las maretas o los aljibes”. La acogida se fabrica inicialmente con tierra apisonada, que más tarde se cambia por una mezcla de arena y cal, que se compra a un tal Leandro Perdomo. “Según varios informantes”, dice el informe BIC, esta persona varía el peso de la cal y la sustituye por arena.

Al cambiar el porcentaje de cal y de arena, el piso de la acogida necesitó otro suelo y las maretas no pudieron entrar en funcionamiento hasta 1935

Al cambiar el porcentaje de cal y de arena, “el piso de la acogida es de pésima calidad y el agua se filtra”, lo que supuso otro retraso en la finalización de estas maretas, que necesitaron otro suelo y no pudieron entrar en funcionamiento de modo efectivo hasta 1935.

León Tejera, El Guardián de las Maretas, asomado a la ventana de su casa. | FOTO Y. MILLARES
León Tejera, El Guardián de las Maretas, asomado a la ventana de su casa. | FOTO Y. MILLARES
El Guardián de las Maretas
El crecimiento de la capital lanzaroteña ha dejado a las Maretas del Estado y el terreno circundante para la recogida de aguas, que a principios del siglo XX estaban en las afueras de Arrecife, en el interior de la ciudad. La construcción de la circunvalación en fechas recientes la atraviesa, reduciendo los 89.968 metros cuadrados de la alcogida original a los 72.491 metros actuales.

Pese a todo, la alcogida muestra un estado muy cuidado y limpio, sorprendente si pensamos que está rodeada por la ciudad y es un amplio espacio llano que podría estar, por ejemplo, lleno de basura o, incluso, excrementos de perros. De ese cuidado se encarga de modo completamente altruista León Tejera, a quien cariñosamente llaman El Guardián de las Maretas, un antiguo operario del Cabildo de Lanzarote que vive a pocos metros y lleva 30 de sus 78 años encargado de esa tarea.

Además de las Maretas del Estado, el informe para tramitarlo como BIC describe la existencia otras, como la de Los Cabreras con capacidad para unas ocho o diez mil pipas; y las de Las Flores y de El Cerrojo con una capacidad de tres mil y mil pipas, respectivamente.

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