«Todo el mundo se silbaba en las montañas», dice Maudilio Martín
"De cabreros, bajábamos por el barranco de Taborno que es el linde que divide Santa Cruz de La Laguna y nos silbábamos"

SILBO EN TENERIFE. «En toda esta zona se silbaba cuando estaban trabajando en los campos, pero se ha perdido», dice Maudilio Martín, ‘Yiyo’ (65 años), entrevistado en Las Carboneras. Material adjunto al reportaje El lenguaje silbado de los cabreros de Tenerife. [En PELLAGOFIO nº 113 (2ª época, diciembre 2022)].
Por YURI MILLARES
En la casa de su suegro en Las Carboneras, Maudilio Martín, Yiyo, nos muestra la cosecha de papas borralla, tendidas en el suelo de una antigua cuadra con algunas ramas de laurel para que no le ataquen las plagas. «Es papa de año, se siembra en febrero-marzo y ésta la recogí en junio, las reescojo para poner las de semilla a un lado y las de comer a otro y las pongo en las cajas —hace una pausa y añade—: ¡Como yo no hay otro en las siete islas, trabajo en la viña, cosecho vino y no bebo vino hace 15 años!».
Su padre, que era agricultor, tenía una manada de cabras y él las cuidaba, «desde pequeño, me encantaba; mi padre me silbaba y yo le contestaba con el silbo, pero no hablaba con él, con mi primo Francisco sí (que su padre también silbaba). Desde Taborno me silbaba y yo le contestaba de aquí, para saber dónde estaba. Con ocho o diez años aprendí a silbar y a ordeñar».
«Mi primo no tenía más que dos jairas o tres. Manada es cuando tienes un rebañito, yo al final tenía cuarenta y pico»
Cabreros en el fondo del barranco
«De niños estábamos los dos de cabreros, bajábamos por el barranco de Taborno que es el linde que divide Santa Cruz de La Laguna y nos silbábamos. Mi primo no tenía más que dos jairas o tres. Manada es cuando tienes un rebañito, yo al final tenía cuarenta y pico. Yo lo llamaba “Pancho Keko” —lo repite silbando— o “Keko” —lo silba también—. Y él me decía “Yiyo” —y lo silba—. Y le decía después —lo silba y repite hablando— “ven parriba” o “vamos”. Pero a veces nos poníamos a hablar. El otro día estuve silbando con él por teléfono», ríe al acordarse.
Sus cabras, por cierto, tenían todas nombre. «Anteriormente a mí se las ponía mi padre, pero cuando las cuidaba yo desde pequeñitas, ya les ponía su nombre. Me sentaba a ordeñarlas, las llamaba por su nombre y venían conmigo a ordeñarlas. Jabonera si tenía las orejas como blancazcas, Coronita si tenía una mancha en la frente, Calzada si tenía una pinta blanca en una pata … Tenía 45 y cada una tenía su nombre», relata mientras invita a un vasito de su vino.

Silbos de caserío a caserío
Entre la escarpada orografía de Anaga era habitual silbarse entre barrancos de caserío a caserío. «Había un señor en Chinamada que se llamaba Cipriano y un señor de Bejía que se llamaba Juan, un cabrero, y se hablaban con el silbo», recuerda Yiyo.
«Seguro que antiguamente todo el mundo silbaba en las montañas, como en La Gomera, pero se ha perdido. En toda esta zona se silbaba cuando estaban trabajando en los campos. Y por la noche, me acuerdo de que no había carretera ni luz, de pibe estabas por ahí jugando y tu padre te mandaba un silbo y a toda pastilla para casa. Conocía cada uno el silbo de su padre. A mí me lo comentó una señora que se llama Carmen, el padre se llamaba Manuel y también sabía silbar, y le mandaba un silbo al hermano y a ella que estaban en la Plaza [de Las Carboneras], que antes se llamaba La Era porque se llevaba ahí el trigo».