Patrimonio rural

Pancho Armas: “Asábamos papas en Nisdafe y nos silbábamos”

“De mi padre en paz descanse no me acuerdo verlo silbar, cuando yo ya silbaba él no podía porque no tenía dientes”, dice.

SILBO HERREÑO. «Ahora mismo, si no fuera por la dentadura yo no podía silbar», dice Pancho Armas (91 años) mientras atiende su huerto en Los Mocanes (El Golfo, en El Hierro). Material adjunto al reportaje Pervivencia del lenguaje silbado en la isla de El Hierro. [En PELLAGOFIO nº 96 (2ª época, mayo 2021)].

Por YURI MILLARES

Francisco Armas, Pancho, todavía vive en la casa que construyó su padre en Los Mocanes y en la que él nació hace 91 años. Su familia, como otras muchas de El Hierro, practicaba la mudada entre diversos barrios de la meseta central de la isla y los barrios que fundaron en El Golfo. “Aquí no estábamos sino tres meses de verano y tres meses de invierno y subíamos por el Risco de Tibataje que ahora está abandonado, al Barrio, que teníamos otra casa, porque arriba había que sembrar cebada en Nisdafe, sembrar papas en los huertos y aquí no teníamos riego de agua”.

Esas mudadas se hacían llevando consigo todos los animales. “Por el camino iban las vacas, cochinos, cabras, gallinas, el gato amarrado en la bestia, si teníamos una cochina parida los lechones los poníamos en una barqueta en la bestia y salíamos para arriba. Así era la vida de antes”.

«Se silbaba donde quiera que estuviera: se iba al monte a buscar leña y en vez de llamarnos nos silbábamos. Cerca, se hablaba, pero como para lejos se silbaba mucho en la isla»

Pancho aprendió a silbar de niño con sus hermanos. “Tenía un hermano que me llevaba siete años y lo tenían por un gran silbador. De mi padre en paz descanse no me acuerdo verlo silbar, cuando yo ya silbaba él no podía porque no tenía dientes y aquí no había dentistas para ponerse dentaduras. Ahora mismo, si no fuera por la dentadura yo no podía silbar tampoco”.

Aunque, añade, “hoy mismo, llamo por cualquiera y ya no tengo respiración para silbar; y por el silbo me oyen un poco más lejos”.

Recuerda que se silbaba “donde quiera que estuviera: se iba al monte a buscar leña y en vez de llamarnos nos silbábamos. Cerca, se hablaba, pero como para lejos se silbaba mucho en la isla. Nosotros éramos cinco varones y todos silbaban”.

De joven estando en Nisdafe, “en un huerto en la ladera, que lindábamos con el monte por arriba, casi todos los años iba un cuñado con su yunta de vacas en febrero, cuando teníamos que sembrar, y un hermano. Allí estaban las tres yuntas en tres puestos, una más abajo, otra más alto y otra más alto. Y cuando estábamos allí, que íbamos a comer, que nos pasábamos ocho a quince días sin apagar el fuego, asábamos papas y nos silbábamos unos a otros. Porque la voz, parece mentira, pero camina menos que el silbo”.

«Si a lo mejor viene mi hijo y yo estoy allá en el huerto y no me llama, me da un silbo y ya sé que es él y le respondo»

Con 40 o 50 años de edad Pancho todavía tenía vacas en Nisdafe “y silbaba; después el silbo estuvo olvidado”. Ahora, dice, ya no silba “por una persona… Aquí [en casa] sí, a lo mejor viene mi hijo y yo estoy allá en el huerto y no me llama, me da un silbo y ya sé que es él y le respondo”.

Pancho sigue cultivando un generoso huerto del que obtiene “millo, judías, zanahorias, calabacines”, pero cuando va al mercadillo local lo que lleva es su producción de cestas que elabora a mano de mimbre y caña como ha hecho toda su vida.

“Empecé con mi padre. Lo que no teníamos era brimbe [mimbre], sino de medias, y que desde que pude moverme me ponía con brimbe chiquita a hacer cestos. Cuando pegaron los camiones, que las bestias se fueron muriendo, tenía hasta veintipico canastas para las vendimias. Me las pedían los vecinos porque las llenaban ahí mejor y no los serones en bestias, porque son muy grandes para el camión. Cada vaso del serón hacía 100 kilos, cuatro canastas”.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba