Rescatadores de la biodiversidad agrícola de Canarias

Canarias posee un patrimonio agrícola único, pero, en sintonía con lo que ocurre en el resto de mundo, las semillas industriales que producen unas pocas compañías multinacionales y su control del mercado están terminando con esta biodiversidad. La utilización de semillas de variedades tradicionales es la mejor estrategia para su conservación. [En PELLAGOFIO nº 56 (2ª época, septiembre 2017)].
Por YURI MILLARES
La pérdida del patrimonio agrícola de Canarias, una realidad que en las últimas décadas se ha acentuado por falta de relevo generacional entre los hombres y mujeres que han recibido y preservado el legado de semillas de todo tipo, es alarmante. Fruto de esa preocupación se han ido creando en las islas diversos bancos de semillas. El Centro de Conservación de la Biodiversidad Agrícola de Tenerife (CCBAT), fundado en 2003 por el Cabildo de Tenerife como banco de germoplasma agrícola regional, ha sido pionero en el archipiélago (ver artículo “Tenerife cuida sus semillas”).
La labor de este tipo de bancos de semillas agrícolas pasa, antes y después del ciclo de conservación en sus propias instalaciones, por recuperar dichas semillas antes de que se extingan y devolver una parte de ellas al campo para que sigan cumpliendo su función (como fuente de una dieta alimenticia de calidad y de una identidad cultural y gastronómica) en manos de agricultores que actúan como rescatadores y mantenedores de la biodiversidad. PELLAGOFIO ha acompañado a técnicos del CCBAT para conocer a dos de ellos.
Palmero en Valle de Guerra
La primera visita nos lleva a una finca en Valle de Guerra. “Tengo semilla de unos cuatro millos distintos, pero me voy a quedar con uno solo. Y cinco o seis clases de frijoles y me voy a quedar también con uno nada más. Lo voy a abandonar, porque ya no puedo más…”, dice, pidiendo que no citemos su nombre. Palmero de nacimiento, se estableció en Tenerife en febrero de 1979 y desde entonces ha estado trayendo toda clase de semillas antiguas que su familia venía cultivando en Los Sauces, en el norte de La Palma.

“Llevo arrastrando con esas semillas un montón de años y ya me hice viejo y a nadie le interesa nada”, añade. “Cuando dices eso nos duele, pero lo entiendo”, le habla Desirée Afonso (técnica del CCBAT), dispuesta a recoger esas semillas antes de que se pierdan.
Toda la vida ha estado conservando esas semillas “porque me gustan y me da como pena… Ya ni en Los Sauces hay, no existen. Todo el mundo se las cargó, han ido sembrando otras, y el millo casi no existe, ahora siembran de ese americano”. Es una cosa “que no se entiende”, recalca, porque es de “menos calidad y produce menos, pero la gente tiene que comprar el del paquete y sembrar ese. Y después yo ando como en un circo a ver dónde lo siembro para no tenerlo al lado y poder seguir manteniendo el mío”.
El agricultor tiene que evitar el «circo» de la polinización cruzada cuando siembra su millo tradicional y hay millo americano en parcelas vecinas
Ese “circo” no es otra cosa que “el problema de la polinización cruzada”, explica Agustín Julián (ayudante técnico del CCBAT), que se produce cuando se cultivan en parcelas contiguas distintas semillas de millo. “¡Se le casa y le sale un frangollo, le sale lo menos que espera!”, exclama el agricultor. “Se le hace una sola clase de millo y no se sabe lo que sale. No será malo ni bueno, para ya no tiene el millo enano cuando le conviene, puede salir una mata grande, otra pequeña y ya no lo controla más”. De hecho, para evitar ese cruce entre sus propias semillas de millo, tenía que sembrar “en diferentes sitios o en distintas épocas: puedes sembrar en la misma huerta pero con un mes de diferencia, que ya se le quita la espiga que le salió a uno y así no se le casa con el otro” cuando lo siembra después.

Millos altos, rápidos, enanos…
Entre los millos cuyo cultivo acaba de abandonar menciona un “millo alto” que trajo de La Palma y “es el mejor para comer, porque es buenísimo para comer tierno”. A otro lo llama “el rápido”, un millo que ya “en dos meses y pico echa una piña pequeña”. Este otro se sembraba “para el abasto de las casas –explica–, unos granitos por aquí y por allá y siempre había porque da todo el año, pero una sola piña mediana. No es productivo pero siempre tenías millo para comer, que antes no había supermercados como ahora y había que comer”. Y el tercero es, describe, “ese millo que era (y es) buenísimo para comer, yo creo que el mejor de todos, un millo que echa 16 y hasta 24 carreras en la piña (las hiladas que va echando de arriba abajo) y es un millo que sirve para las gallinas y para comer tierno. Le decían millo canario pero yo no sé de dónde vino, supongo que alguien lo trajo de Las Palmas, porque al decir ‘millo canario’ se entiende eso…”
«Es un millo que sirve para las gallinas y para comer tierno, le decían millo canario pero yo no sé de dónde vino, supongo que alguien lo trajo de Las Palmas, porque al decir ‘millo canario’ se entiende eso…»Agricultor en Valle de Guerra
Por fin, señalando lo que trae en un balde, dice “éste es el millo que me voy a quedar”. No lo conoce por ningún nombre específico. “Es un millo enano, fuerte y da una piña más o menos grande, una por planta. Con espiga y todo, puede ser que coja metro y medio. Es el más cómodo, lo manejo mejor”.

La judía más antigua
En otro balde muestra “la judía más antigua que había en La Palma, pinto le decíamos allá”. La siembra entre febrero y marzo y la recoge a los tres meses, “porque si la siembra antes el viento le deja media cosecha y si la siembra después se enceniza”. Y tenía la judía rayada, “que es productiva y fuerte, lo que pasa es que la pinto es la mejor para comer. La otra produce más rápido y con menor problema, ésta se enrolla un poco…”
«La judía pinto se siembra en febrero-marzo, porque si la siembra antes el viento le deja media cosecha y si la siembra después se enceniza»Agricultor en Valle de Guerra
Para conservarlas hasta la siguiente siembra, evitando la aparición del gorgojo, a estas semillas de frijoles les pone una mezcla de cal y azufre. Otro remedio alternativo es “quemar un poquito de azufre, lo manda dentro del garrafón, lo tapa y con el humo se muere también”.
Como ocurre con el millo, las judías que tiene proceden de La Palma. “Mi abuelo sembraba de esas. Siempre había al fuego un caldero de judías; se acababan unas, ponían otras. Si llegaba gente que venía de otros pueblos, le daban un plato de judías y un pedazo de pan y con eso tiraban. No había más”.
Plantaciones de… higueras
Entre los cultivos que tiene (también hay papas, batatas y cebollas de variedades antiguas), llaman la atención unas huertas de higueras muy bien alineadas y podadas a la altura adecuada para poder recolectar su fruto. “Aquí abajo, en una casita que compré, había una higuera vieja y de ahí saqué para todo. Tengo cien matas en dos huertitas. Es la higuera gomera, la que ha habido toda la vida y la que más hay en todas las islas”, relata. Unas higueras que riega “porque aquí en Valle de Guerra llueve muy poco”. Un paisaje nada habitual en Canarias, pese a la gran variedad de higueras que hay (incluso anteriores a la conquista y cuyo fruto era recolectado por los antiguos canarios) y el gran aprecio hacia este fruto entre los agricultores isleños.

Pero no hay nada raro en ello, explica: “Es un cultivo fácil: se poda a la medida que quede cómoda y no hay que darle muchas vueltas. Antes no había [estas plantaciones] porque no había agua, plantaban las justas que pudieran sobrevivir al clima y al agua que había. Por ganas de plantar una huerta de higueras no iban a dejar de hacerlo, pero si plantaban muchas se morían. Había un equilibrio: los años secos había menos hierba, así que la gente le quitaba los gajos a las higueras para picarle a los bueyes y la poda servía para que la higuera sobreviviera; por el contrario, los años de mucha agua ni la tocaban, pero vivía porque había mucha hierba y nadie se ponía a coger palos de higuera”.
«Los años secos la gente le quitaba los gajos a las higueras para picarle a los bueyes y la poda servía para que la higuera sobreviviera»El equilibrio de las higueras

Para alimento de su hijo
La sabiduría y serenidad que transmite este agricultor veterano, cansado ya del esfuerzo realizado para conservar tanta biodioversidad y deseoso de que otros cojan el relevo, tiene su contrapunto en la otra visita que hacemos. Estrella Salamanca, agricultura ecológica en Los Realejos, observa ilusionada como va transformando los mil metros cuadrados de terreno que ha arrendado, viendo crecer toda clase de cultivos y siempre buscando semilla local. Una finca que ha llamado Sembrando Bio y así la tiene en Facebook, para intercambiar opiniones y experiencias.
“Yo soy una forofa de la ecología –ríe– y ya tengo un ochenta por ciento plantado con semilla de variedades canarias y quiero llegar al cien por cien”. Incluso va creando su propio banco de semillas. “Sí, en casa las pongo en unos botes con su etiqueta, con su fecha y siempre pongo dónde la conseguí, por si necesito volver a buscar de esa semilla: si es propia, de intercambio, del CCBAT, de la Red de Semillas, si es comprada…”
Al quedar embarazada y ante la dificultad para conseguir los alimentos ecológicos que quería dar a su hijo, decidió que «si no lo consigo, lo planto yo», dice Estrella Salamanca
Consumidora de producto ecológico desde hacía algún tiempo, al quedar embarazada y ante la dificultad hace unos años para conseguir los alimentos que quería dar a su hijo con esta certificación, decidió que “si no lo consigo, lo planto yo”. Y así fue como se hizo agricultora para el autoconsumo (“autodidacta total”), pero vendiendo el excedente a tiendas ecológicas con lo que, además, recibe unos ingresos que le permiten hacer frente a los gastos. “Toda la verdura, legumbres y cereales que te puedas imaginar, aquí se plantan”.

“Yo lo que quiero hacer –añade– es una cocina autosuficiente, es un reto para mí. Si hago un potaje, saco de aquí la cebolla, los ajos, el pimiento, el tomate… todo, y las judías si es un potaje de judías, o los garbanzos si es de garbanzos. Y cuando hago una tortilla de papas saco mi papa, saco mi cebolla y saco mis huevos”.
Visitando su huerto, muestra orgullosa sus habichuelas (“son de semilla negra, yo la llamo habichuela canaria y no tiene prácticamente enfermedades en comparación con las variedades comerciales, tampoco tienen hebra y es una variedad muy rica, muy dulce”), sus pepinos amarillos (“la gente al verlos dice que ‘están viejos’, comparándolos con el pepino largo del supermercado que es verde, pero les regalo para que lo prueben, ‘está muy rico’ les digo, y entonces vuelven y ‘desde que tengas pepino de ese me guardas”) o algunas de la siete u ocho variedades de tomate canario que cultiva (“Pero no quiero que se hibriden, así que primero planto uno, empiezo a recoger cosecha, planto después otro y así…”).
«La habichuela canaria es una pasada, sin invernadero y produce en invierno y en verano. Cada tres o cuatro semanas siembro y tengo todo el año»ESTRELLA SALAMANCA, agricultora ecológica
El plus está en la semilla local
Evidentemente, los precios son distintos, “yo no puedo vender mi pepino al mismo precio que los otros, yo compito en sabor”, dice. Pero, además, tienen un plus de calidad que supera incluso a lo ecológico. “Yo no tengo nada en agricultura convencional, sólo tengo en ecológico, pero hay diferencia entre las semillas híbridas –industriales–, que pierden mucha calidad en sabor y dulzor, y las semillas tradicionales», que además están mejor adaptadas al territorio. “La habichuela es una pasada, sin invernadero y produce en invierno y en verano. Cada tres o cuatro semanas siembro y tengo todo el año. Aquí en el norte, a partir de noviembre y hasta marzo, soy la única que tiene habichuelas, a no ser alguno que tenga invernadero”.
Estando en Tenerife y cultivando variedades tradicionales, no podían faltar en su huerto algunas de las papas de color que tanta fama tienen. “Ahora tengo plantada papa peluca negra y pronto empiezo con la peluca blanca y la peluca roja, para sacar para Navidades. Las semillas de papa azucena negra las tengo en casa y aún no las he plantado”. Que tenga las tres variedades de papa peluca se debe a “nostalgia”, explica, porque su madre y su abuela siempre estaban diciendo “¡ay la papa peluca que sembraba…!”, en referencia a su bisabuelo que antiguamente la sembraba de la peluca blanca (“dicen que es la mejor para los diabéticos”) en Martiánez, en el Puerto de la Cruz.
A Estrella las variedades locales de papa le dan un sabor que identifica con los recuerdos y enseñanzas de su abuela. Lo piensa y se relame: «Mmh, unas papas fritas de azucena negra…»
Esta variedad de papas locales le dan “muy buen resultado”, asegura. “Por ejemplo, la peluca negra en tres meses y medio ya está fuera, igual que la papa cara [de semilla industrial]. Yo sé que produce menos, pero es semilla local. ¡Te haces una tortilla con papas de éstas y te quedas lleno! La que más tarda es la blanca, que tarda casi cuatro meses, pero tampoco es demasiado. La azucena sí tarda casi los cinco meses, que las más menudas las troquilo y las hago fritas, como las hacía mi abuela, con un arroz blanco y el huevo”.
Como el agricultor en Valle de Guerra, Estrella insiste en la importancia de conservar las semillas tradicionales, “porque tengo nostalgia de las variedades locales, de los sabores, porque me gusta lo nuestro”. A lo que ella añade que le dé un sabor que identifica con los recuerdos y enseñanzas de su abuela. “Abuela, con las papas esas que son [como] garbanzos, ¿qué hago?”, le preguntaba. “¡Muchacha!, le quitas un cachito para que cuando las estés friendo no te revienten y te haces unas papas con un huevito”, le respondía la abuela. Lo piensa y se relame: “Mmh, unas papas fritas de azucena negra…”