Patrimonio rural

Robustiano Delgado: «Cada dedo tiene un sonido, es como música»

"No puedes darle el mismo sonido al silbo con un dedo que con otro, unos suenan más ronco y otros más agudo"

SILBO EN GRAN CANARIA. «Hablaba de las cabras: “Mira la que va por allá”. O “tira para abajo”», dice Robustiano Delgado, que en realidad se llama Juan (67 años), entrevistado en su casa en Tasarte (La Aldea). Material adjunto al reportaje El silbo en Gran Canaria, un lenguaje que se extingue. [En PELLAGOFIO nº 100 (2ª época, mayo 2021)].

Por YURI MILLARES

“Cuando nací mi madre me llevaba con ella. Me tenía en medio de los tomateros ahí detrás, en una caja”, dice Robustiano Delgado. Señala a la montaña Esloa (997 m) desde su casa, al borde de la carretera en el pueblo de Tasarte (La Aldea). “Abajo en el fondo del barranco tienen mis padres las fincas”. Con 11 años “salía por la mañana con Aurelio Sarmiento, el nieto del que tenía el ganado”, relata Juan (67 años), que es como se llama en realidad.

«Estaba abajo en casa de la hermana, sentado en la terraza, y yo le silbaba: “Vichiro, sube a beber café”. Nunca le decía Aurelio, le decía Vichiro»

Mira de nuevo a la montaña, de perfiles imponentes, y sigue hablando. “Ordeñábamos los ganados, salíamos para arriba a soltar las cabras, después íbamos por la mañana a buscarlas con los perros y los garrotes”, explica.

“Corríamos por las laderas, que una cosa es decirlo y otra cosa es llegar y ver la subida. Por esa montaña brincábamos como locos. Es increíble, ¿sabes qué parte de la isla se ve desde ahí? El faro de Maspalomas. Y si miras al norte, ves Agaete, Gáldar, Guía, Bañaderos y la punta de La Isleta”, recuerda.

“Éramos casi de la misma edad. Subíamos y nos silbábamos. Ahí fue donde yo hablaba, con él nada más. Jamás en la historia mía silbé con nadie más, hasta que vinieron a preguntarme por el silbo [unos investigadores]”. Hablaban “de las cabras: «Mira la que va por allá», o «tira para abajo».

Y «chacho, vete quitando la ropa», para bañarnos cuando llegábamos al estanque y nos zumbábamos de cabeza dentro. Cosas así. De último, ya más grandito yo casado y viviendo aquí, me asomaba ahí fuera y él estaba abajo en casa de la hermana, sentado en la terraza, y yo le silbaba: «Vichiro, sube a beber café». Nunca le decía Aurelio, le decía Vichiro”. Ya fallecido, lo recuerda como “uno de los mejores amigos que he tenido, nunca tuvimos un sí ni un no”, dice.

Silba indistintamente con diferentes dedos de ambas manos. “Cada dedo tiene un sonido distinto, no puedes darle el mismo sonido al silbo con este dedo que con este –va poniendo diferentes posiciones de dedos entre los labios–. Son como letras musicales y con unos suenan más ronco y con otros más agudo”.

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