Una isla en un mercado

El mercado de Vegueta de Las Palmas de Gran Canaria, visto desde la esquina de la calle Pelota, a principios del siglo XX, en una postal coloreada de Charles Nanson donde también aparecen la calle Mendizábal y el puente de Palo con sus quioscos. De ello escribe el director de Mestisay en esta entrega de “Escrito en piedra”. [En PELLAGOFIO nº 25 (1ª época, octubbre 2006)].
Por MANUEL GONZÁLEZ ORTEGA
Sí, había color de mantillas entre la Pelota y Mendizábal cuando esta foto eternizó el trasiego del alma de la ciudad. El mercado de Vegueta, ejemplo de los primeros impulsos urbanísticos con el que la capital de la Gran Canaria quiso regalarse a sí misma el título de ciudad moderna, esconde el pálpito de esta y otras querencias. Y eso es así porque para conocer la personalidad, el talento y talante de una urbe sólo hay que visitar sus mercados. El de Vegueta, en este caso, que crece entre el mar y el último suspiro del Guiniguada, acoge los olores de toda una isla y aún de las otras que forman el archipiélago de las Canarias. Aquí, en esta instantánea de un tiempo pasado, el ritual del viejo mercado –donde se pasea, se conversa y, a veces, se compra y se vende– nos habla del feliz encuentro entre la ciudad y sus medianías, entre la orilla y la montaña.
Afuera, el olor a aceite de churros y a “cafén’ y leche…, más leche que ‘cafén” al decir de los cuentos de Pancho Guerra
Afuera, el olor a aceite de churros y a “cafén y leche…, más leche que cafén” al decir de los cuentos de Pancho Guerra. Adentro, rompiendo el blanco y negro de la época, un festín para los sentidos: cumplidos tomates del Sur, frutas de la platanera norteña, papas de distinto pelaje tubercular con nombres que hablan de sus bondades gastronómicas; frutas de temporada propias del Paraíso. Y especies, y quesos, y pescados de la costa africana…
Ahora tiene su última oportunidad, después de años de vivir encajonado entre cemento
El mercado de Vegueta ha resistido el paso de la vida. En sus esquinas aún se habla de la Unión Deportiva, de la última pegada de botes o de política, entreverado todo con las sempiternas quejas sobre el encarecimiento de los condimentos del potaje. Ahora tiene su última oportunidad, después de años de vivir encajonado entre cemento. Es obligado que puesteros y munícipes se pongan de acuerdo para hablar de esa lonja centenaria. No es sólo hacer un guiño a la Memoria cuando el barranco se presente vestido de limpio; es también plantar cara a las multinacionales. Otra forma de vivir la ciudad.