Villa Cisneros en la poesía de Pedro García Cabrera

El poeta Pedro García Cadrera fue uno de los deportados a Villa Cisneros por los militares fascistas que se sublevaron el 18 de julio de 1936. Su experiencia del cautiverio en el desierto y la épica fuga que protagonizó junto con los demás presos tiene huella en su obra. . [En PELLAGOFIO nº 25 (2ª época, noviembre 2014)].
Por JORGE RODRÍGUEZ PADRÓN
Catedrático de Literatura y crítico literario, publicó este texto originalmente en ‘Lectura de la poesía canaria contemporánea’ (tomo I, colección Clavijo y Fajardo, Viceconsejería de Cultura del Gobierno de Canarias, 1991). Este extracto corresponde a una versión revisada por el autor para publicar en PELLAGOFIO.
Después de Entre la guerra y tú (1936-1939), el padecimiento de la peripecia, la evidencia de una tan radical soledad, no priva a nuestro escritor de la suficiente capacidad objetivadora, ni debilita la fuerza creadora de su palabra poética.
Los libros que siguen, Romancero cautivo y La arena y la intimidad, los escribe entre los años 1936 y 1940: en el primero, imágenes del campo de concentración de Villa Cisneros y de la peripecia de la huida; el segundo, “vivido en el desierto del Sahara, en el campo de concentración de Villa Cisneros, y escrito en la prisión de Baza (Granada)”, tal dice el propio autor, para mí mucho más sugestivo que el Romancero: contiene la misma soledad, el mismo doloroso confinamiento, sentido en los poemas de Entre la guerra y tú; pero que aquí configuran un espacio poético cuya identidad con el ámbito concreto que acecha y aprisiona al poeta (el desierto) le permite mostrar una realidad sólo en apariencia igual y constante, porque encierra un amplio plurimorfismo sólo revelado cuando se le aplica la mirada transparente de la poesía. Definir ese ámbito espacial es también reconocer una identidad.
Pedro García Cabrera logra superar la sentimentalidad nostálgica que traslucía un libro como ‘Entre la guerra y tú’, lo mismo que aquella forzada inmediatez con que se trasladaba al poema la peripecia del prisionero desterrado, en ‘Romancero cautivo’
Por eso, a medida que el libro progresa, se produce una sutil permeabilidad entre dicho ámbito y el sujeto del poema, hasta hacer que desaparezcan los límites que –en buena lógica– los separarían: “Y siento que tu arena es ya mi arena,/ que van sobre los tuyos mis caminos,/ y que una luna llora en nuestro cielo/ dos vidas paralelas y un destino”.
Superar la inmediatez
(…) De esta forma, Pedro García Cabrera logra superar la sentimentalidad nostálgica que traslucía un libro como Entre la guerra y tú, lo mismo que aquella forzada inmediatez con que se trasladaba al poema la peripecia del prisionero desterrado, en Romancero cautivo (…).
El poeta, entonces, logra desentrañar lo lleno de lo que aparece como vacío absoluto, y vislumbra la remotísima vitalidad del desierto, hurtada tras su inhóspita presencia; todo ello gracias a la feliz captación de su dinamismo, de su movilidad (como sucedía con el aire, en Transparencias fugadas, de 1934) en la cual se concentra el aspecto físico unitario y la potencia plural de su nacimiento que surge con la misma energía que el deseo de ilusión y esperanza que firmemente mantiene el poeta, por dolorosas que sean las circunstancias: “Todo lo arrasas con las avenidas/ luminosas que inundan tus arenas./ Pero algo quedará. Queda mi sueño/ abierto en el atril de tus hogueras,/ inasible cucaña de tus iras,/ altísima y azul luna lunera./ Y será inexpugnable a tus volcanes/ mi caracol de blancas primaveras”.
Vislumbra la remotísima vitalidad del desierto, hurtada tras su inhóspita presencia; todo ello gracias a la feliz captación de su dinamismo, de su movilidad (como sucedía con el aire, en ‘Transparencias fugadas’, de 1934)
No obstante, la cercanía de la experiencia dramática se deja notar. No en la actitud del escritor, sino porque esa tensión, tan dolorosa, interfiere, a cada paso, la frescura y espontaneidad del lenguaje. (…) Hay que destacar, sin embargo, que Pedro García Cabrera no se ha propuesto, en ningún momento, contar el desierto, ni tan siquiera hacernos partícipes de su propia peripecia en él, se esfuerza, más bien, por adaptar a su lenguaje y a sus imágenes, a todos sus recursos expresivos, los caracteres semánticos del desierto. El esfuerzo por transmitir a su escritura ese vacío y esa acechanza, esa fraternidad y esa comunión íntima reflejadas en el desierto, y la ductilidad con que la palabra se pliega a ello, es más que notable (…).
El libro queda, pues, a medio camino entre la búsqueda de una verdadera visión original e inaugural y los arrastres de una retórica demasiado sabida, a la cual Pedro García Cabrera deja entrar en su poesía, pero que estorba evidentemente su desarrollo; aunque sea de modo transitorio, puesto que en Hombros de ausencia (1942-1944), libro escrito a continuación y también durante su estancia en Baza y en Granada, se produce una superación de aquellas limitaciones, sin abdicar por ello de una estructura métrica cerrada y rigurosa. Hombros de ausencia supone, así, el verdadero final de ese primer ciclo en la poesía de nuestro autor.