Cita con Canarias

Suso Jiménez, ranchero buscador de endemismos

«El invierno es duro, pero el pinar de Tamadaba es un sitio fantástico»

«Me encantan las plantas, pero también la arqueología y la historia y estoy fijo investigando», explica Suso Jiménez durante la entrevista en la que detalla sus conocimientos de flora endémica del Parque Natural del Pinar de Tamadaba y cómo acompañaba a científicos de parques botánicos en busca de vegetación rara y única; también habla de su experiencia de 18 años en el cortijo de Samsó donde pasaba tres meses sin ver el sol. [Versión extensa de la entrevista publicada en la edición impresa de PELLAGOFIO nº 112 (2ª época, noviembre 2022)].

«Iba a los riscos y andenes a buscar plantas, ¡hoy me pagas cien millones de euros y no voy!» SUSO JIMÉNEZ

Por YURI MILLARES

Natural del valle de Agaete, de donde procede su familia, Jesús Jiménez García (58 años) es ranchero de profesión, pero, sobre todo —lo define así su amigo Julio, también ranchero—, «es un buscador».

Le gusta leer sobre historia y plantas de Canarias y se empapa de tal manera que, cuando esparce su mirada por el territorio del norte de Gran Canaria donde se mueve limpiando la enorme red de acequias y canales de agua, es capaz de identificar sitios de interés histórico o etnográfico e, incluso, ha colaborado con científicos en la identificación de especies nuevas de plantas o en la localización de endemismos en escondidos rincones de difícil acceso.

«Me encanta Tamadaba, es mágica», dice quien, además, estuvo cortando la rama para la fiesta del valle de Agaete durante 18 años consecutivos, en la época en que trabajó en el cortijo de Samsó. «Venía mucha gente y había quien cortaba o arrancaba ramas por su cuenta y eso era una locura, después la gente se fue educando y ahora hay más conciencia y respeto por la naturaleza».

■ OJO DE PEZ / Entre tabaibas no hay rabo de gato

Nos citamos en el área recreativa del pinar de Tamadaba, donde se alegró ver tanto tomillo nuevo, pero también dimos un paseo y me mostró cómo el rabo de gato invade zonas de cumbre —en la foto—. «Lo que he escuchado es que alguien lo plantó en El Risco de Agaete y de ahí lo ha invadido todo. En laderas áridas mantiene la tierra y evita la erosión, pero hay sitios en los que está desplazando a la flora canaria». Aun así, le ha alegrado ver que en Guayedra, donde hay un viaje de tabaibas, «a su sombra no crece». La plaga le preocupa. «Es un problema. Antes había más pasto, otra clase de hierba, como el cerrillo nuestro que es bueno para el ganado, y ahora sólo hay rabo de gato» ●

En un cruce de caminos de la cumbre de Gran Canaria, el rabo de gato, planta introducida que se ha convertido en plaga. | FOTO Y. M.

—¿Qué es un ranchero?

—El que está atento para limpiar los canales de la conducción del agua a las presas y repartir el agua a donde toque. Trabajo mis ocho horas y reparto el agua, pero hay que estar veinticuatro horas abierto —ríe.

—¿Y qué hacías en el cortijo de Samsó?

—Estuve 18 años, también con el tema de aguas: mantenimiento y limpieza de canales y de tuberías, que se llenan de tierra, de pinocha. Sobre todo, antes del invierno, para cuando empiece a llover tener todo limpio y que el agua se conduzca a las presas y a los estanques.

—¿Por qué eres ranchero?

—Mi padre tenía tierras y el tema del agua siempre me ha atraído. Para mí es algo muy interesante: si tenemos agua, lo tendremos todo.

—¿Cómo es el trabajo en una presa?

—Desde que llueve hay que estar ahí fijo las 24 horas, porque hay que dar las novedades, «ha subido tanto», «sigue entrando agua». Cuando rebosa hay que estar pendiente para que el desagüe esté limpio, que no haya ninguna obstrucción.

—¿Te da pena ver escapar esa agua?

—¡Claro!

—El caso es que aparte de hacer tu trabajo, eres curioso con las cosas y te interesan las plantas.

—Me encantan.

«Tano Navarro Valdivieso [exdirector del Jardín Botánico Canario Viera y Clavijo] venía mucho a buscar plantas para el Jardín Canario y me llamaba para ir con él a los riscos»

—¿De dónde te viene esa afición?

—De un gran maestro y amigo que tengo: Tano Navarro Valdivieso [exdirector del Jardín Botánico Canario Viera y Clavijo]. Venía mucho a Tamadaba a buscar plantas para el Jardín Canario y me llamaba para ir con él a los riscos y los andenes… ¡que hoy me pagas cien millones de euros y no voy! —ríe—, el vértigo es jodido. Con él aprendí y me metió todo ese gusanillo, ese amor por las plantas.

—Hacías de guía para él.

—Sí, yo era su guía para ir por sitios complicados. Me llamaba y me decía, «Suso, mira, ¿sabes dónde está tal planta?», y yo le decía que sí. Fui un montón de veces, con el Jardín Canario y también con gente de fuera de la isla.

—¿Así fuiste aprendiendo a conocer las plantas?

—Sí. También he sido muy autodidacta, leyendo libros. Me encantan las plantas, pero también la arqueología y la historia, estoy fijo investigando.

«Celso Martín de Guzmán y Vicente Suárez Grimón citan una quesera [cazoleta aborigen excavada en la roca] como mojón en documentos antiguos como parte de los lindes de Guayedra: fui a buscarla y la encontré»

—O sea, que tú eres de los que va caminando por los canales con el sacho y el balde y, a la vez, mirando para todos lados.

—[Risas] Hablo con contactos para que me cuenten y busco documentos históricos, de la Conquista o de cuando sea, y busco dónde se hizo el reparto de tierras. Por Guayedra todavía existen muchos mojones y muros. Una vez vi un mapa de 1848 de los Armas, de Agaete, donde se señalaba una cruz. José Antonio [García Álamo], que fue alcalde de Agaete, me pasó el documento. La busqué y encontré la cruz tallada en un risco.

“Celso Martín de Guzmán y Vicente Suárez Grimón citan una quesera [cazoleta aborigen excavada en la roca] como mojón en documentos antiguos por la fuente del Cuervo, en el camino de la Leña, como parte de los lindes de Guayedra: sé dónde está esa quesera, fui a buscarla y la encontré. Y todavía existe el muro de Trejo de 1512 y otros mojones antiguos por ahí.

—¿Vienen científicos para que los lleves a ver los endemismos de Tamadaba?

—Mucha gente, sí. Aquí tenemos, por ejemplo, la Sventenia bupleuroides, que se conoce como la «hija de don Enrique» [o lechugón de Sventenius]. Es única en el mundo y única en su especie. Está entre Faneque y el Roque de la Calzada. Es una planta rupícola. Yo me acuerdo de que ellos la citaban en un sitio y yo me encontraba paredes llenas —ríe—, todo el mundo asombrado. Una vez, una bióloga de Tenerife, emocionada, me decía: «¡La estoy tocando!». También tenemos un tomillo gigante, la Micromeria pineolens, endémico de Tamadaba. Ahora se ven bastantes, todavía pequeños, porque después del incendio han aparecido un montón.

—Tras un gran incendio hay plantas que brotan con fuerza.

«Hay una orquídea canaria, la ‘Orchis canariensis’, que después del fuego, que fue terrible, está por todos lados»

—Sí. Me he quedado asombrado con eso. Aquí también hay una orquídea canaria, la Orchis canariensis, que ahora está por todos lados y antes sólo estaba en un par de sitios. Después del fuego, que de todas maneras fue terrible, la veo por todos lados en Tamadaba, quizás porque la pinocha que había no la dejaba salir. Igual los escobones, que antes había unos cuantos y ahora vienen a reventar por todos lados, o el loto, que en su época de floración es una manta amarilla en el pinar. Pero la pinocha también tiene su función para crear humedad al pie de los pinos.

—Cuando estabas en el cortijo de Samsó, ¿cómo era tu vida ahí, medio aislado?

«En el cortijo de Samsó hacía mucho frío, pero teníamos una chimenea estupenda, le metía leña y tenía mis libros»

—El invierno es duro, pero también fue una etapa fantástica con mi mujer y con mi hijo. Estábamos los tres solos en la finca [a 1.000 metros de altitud sobre el valle de Agaete]. Me acuerdo, Yuri, que había tres meses que no veía el sol: bruma y chispando-chispando (eso ha cambiado mucho, espero que sólo sea un ciclo y vuelva ese tiempo). Hacía mucho frío, pero teníamos una chimenea estupenda, le metía leña y tenía mis libros. Me acuerdo de que Aythami, mi hijo, se ponía a leer a mi lado. Entonces era un niño, ahora es un hombre fantástico. Se sentaba conmigo en el sofá y cada uno con un libro. Él adora Tamadaba.

—Ahora llueve menos que varias décadas atrás, se notará en las presas.

—Hay momentos en los que cae toda el agua junta y otros, nada. Pero noto menos lluvia que otros años. Y hay canales que están abiertos, canales que están tapados, acequias, esto es un mundo. Aquí debajo hay una infraestructura hidráulica impresionante, de Samsó para abajo.

«Del cortijo de Samsó salían camiones cargados de manzanas francesas y de otras muchas clases… Ya no queda nada»

—Para regar las plataneras de la costa.

—Sí. Hay una tubería que llega hasta Guía. Y hay desviaciones. Eso es un mundo de tuberías de un agua que antes se iba al mar. En la finca de Samsó no hay pozos, sólo hay estanques para recoger agua; antes había más nacientes, pero todavía queda alguno.

—Que sería el agua que bebías.

—Sí, un agua fantástica. Y había toda clase de frutales, había peras, manzanas, castañas. Del cortijo de Samsó salían camiones cargados de manzanas francesas y de otras muchas clases… Ya no queda nada. Ahí plantaba yo mis verduras y mis papas, cogía pinocha, tenía mis becerros que criaba y vendía al marchante. Fue una época bonita.

—¿Y cómo iba tu hijo al colegio?

—Venía un taxi de Artenara a buscarlo todos los días.

—¿Echas de menos esos tiempos?

—La verdad es que sí, en algunos momentos; pero vengo mucho a Tamadaba, el pecho se te abre respirando este aire. Las repoblaciones que pagó Samsó aquí no se hicieron para madera, sino para evitar la erosión de la lluvia y que la tierra acabara en el mar.

—¿Pero Tamadaba no es un pinar natural?

«En la isla hubo hasta 25 ingenios azucareros y en Agaete estaba el más grande que había. El camino que baja desde aquí se llama camino del Arrastradero»

—Sí, pero ten en cuenta, Yuri, que en la isla hubo hasta 25 ingenios azucareros y en Agaete estaba el más grande que había. El camino que baja desde aquí se llama camino del Arrastradero, por donde se arrastraban los pinos para el ingenio. También te puedes encontrar, al caminar por el pinar, los restos de muchas hoyas carboneras. Se cogía leña para cocinar; gracias a los infiernillos se salvó el pinar.

“Aquí se cortó mucha leña. Bajando a Tirma quedan los restos de un aserradero. Mi abuelo estuvo encerrado en [la cárcel de] Barranco Seco porque lo cogió el guarda con un saco de piñas. A mí me contaba la gente del Valle que los guardas, cuando cogían a la gente que iba a por leña a la montaña de Altavista y la llevaba al hombro a Gáldar, se la quitaban y le daban fuego.

“Los llanos del cortijo también están ahora llenos de pinos: pero han sido ellos solos los que han invadido la finca los últimos 18 años. Si bajas a verlo te quedas asombrado. Estuve el otro día con un amigo mío y le pregunté cuántos años le calculaba a los árboles: «Cincuenta años», me dijo. ¡No tienen ni 18! ¡Cómo han crecido! Al ser una zona muy húmeda crecen rápido; en Tirma un pino de ese tamaño tiene un montón de años, pero aquí…

—Terminamos, un recuerdo dulce.

—Mi hijo Aythami, que de pequeño iba conmigo a todos lados en el cortijo de Samsó.

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