Andrés Rodríguez Berriel, la memoria de un sabio

“Los mayores te metían tal miedo que recuerdo cuando encendí mi primer fósforo con siete años” , dice en esta entrevista de la sección “Cita con Canarias”, en la que habla de la Fuerteventura rural del siglo XX, isla apacible y tranquila dedicada a sembrar, arar, cuidar ganado, pescar… hasta que llegó la Legión. [Versión extensa de la entrevista publicada en la edición impresa de PELLAGOFIO nº 62 (2ª época, marzo 2018)].
Por YURI MILLARES
Con una novela (Los majalulos), un cuento (Gotadeagua) y numerosos artículos publicados centrados todos en su isla natal, Fuerteventura (“Nací el 18 de julio de 1936, que en la actualidad soy el único que lo celebra”, bromea), su memoria y gran conocimiento de su paisaje, tradiciones, datos históricos e incluso curiosidades y anécdotas, lo convierten en una gran fuente de información para periodistas. PELLAGOFIO se acercó a él para hablar de camellos y cabras majoreras para un libro, pero además nos habló de lo que sigue.
“Lo de la Legión no tenía nombre. La isla era muy tranquila y muy apacible hasta entonces”

■ OJO DE PEZ / ‘Tratado de usos y costumbres’ Por TATO GONÇALVES |
–Sí, en aquella habitación de allí –señala a una de las puertas que se asoman al antiguo patio de la casa, ahora el salón del hotel rural Era de La Corte–. Hasta los ocho años, que me fui a Las Palmas, viví aquí. Mi padre era masón y quería que los hijos estudiáramos, así que nos mudamos a Las Palmas. A él también le venía mejor, porque como tenía el cabotaje con su barco, que hacía la ruta Santa Cruz de Tenerife-Las Palmas-Jandía-Gran Tarajal-Puerto del Rosario y a la inversa.
–Pasaste fuera muchos años.
–Sí. Volví después de casarme, con 32 años. Lo que pasa es que venía a Fuerteventura en todas las vacaciones en el “correo de los pobres”, el Guanchinerfe –ríe–. Nos mudábamos toda la familia.
–Una isla que te has pateado de cabo a rabo, de niño y adulto.
«Winter cerró Jandía con una alambrada y no dejó cazar durante dos años: los conejos casi se lo comen»
–Por la afición a la cacería. Prácticamente me recorrí toda Fuerteventura cazando, incluso en los jables de Jandía en la época que Winter cerró aquello con una alambrada y no dejó cazar durante dos años: los conejos casi se lo comen a él. Entonces abrió el portalón, para que fuera todo el mundo a cazar allí. Hasta regalaba las cajas de cartuchos.
–¿Para librarse de la plaga?
–Aquel día, a las cinco de la madrugada, ya estábamos todos los cazadores allí. Me acuerdo que fui con un tío mío y cuando se abrió el portalón la tierra parecía que se movía, no había más que conejos. Subido encima del coche de mi tío, una furgoneta que era como de madera, gasté la caja de cartuchos. Y un primo mío, que era más pequeño que yo, los cogía con la mano en la madriguera porque no cabían y el último que entraba tenía el culo fuera –ríe.
–¿Pero, tantos había?
–Sí. Uno que era teniente coronel de la Guardia Civil, de Las Palmas, se sacó una foto con el tricornio sobre la cabeza y debajo era una pirámide de conejos.
–¡Qué barbaridad! ¿Y por qué había cerrado Winter el acceso?
–Porque se metieron unos cazadores y le mataron un cordero o algo. Y como él era allí el cacique, el que más mandaba, cerró aquello y se estuvo dos años sin cazar. Al final pidió por favor que vinieran a cazar todos, porque aquello era tremendo. Fue un 4 o un 5 de agosto. Y vino de Las Palmas montones de gente.
–Tenía ya 14 o 15 años, pero empecé desde pequeño. El primer tiro que hice fue cuando tenía ocho o nueve años. Era un niño prodigio en ese sentido –ríe.
–Y seguiste yendo después, ya de mayor, con tus hijos.
–Sí. Yo perdí la afición un día cuando tres capitanes y un teniente de la Legión casi nos matan a mi hijo Andrés y a mí, que estábamos cazando en Betancuria, por la Vega de Río Palmas, y nos vimos entre una serie de tiros cruzados que tuvimos que tirarnos al suelo.
«Perdí la afición a la caza un día cuando tres capitanes y un teniente de la Legión casi nos matan a mi hijo Andrés y a mí»
–¿Los viste?
–Sí, me identifiqué con el carnet de caza y con el carnet de identidad. “Y ahora se identifican ustedes”, les dije. Iban con chándal militar. El teniente y dos capitanes se identificaron, pero el otro no. Al día siguiente fui a [el cuartel de] la Legión a ver al teniente coronel que mandaba el Tercio. Llegué al despacho y le conté el caso. Entonces llamó a todos los oficiales a la Sala de Bandera y los señalé, incluso al que no se identificó: se puso firme y lo amonestó una semana. Pero en fin, lo de la Legión no tenía nombre.
–En ese momento eras el alcalde de Tuineje. Tuviste que ir más de una vez a protestar.
–Ocurría lo siguiente: se daban casos de deserción y la Legión, que tenía los medios, no buscaba a los prófugos. Avisaban a la Guardia Civil que, por no tener, no tenían ni un jeep y el ayuntamiento se lo prestaba para que fueran y le llenaba el depósito de gasolina. De la Legión no se ha contado mucho… Gracias a que aquel famoso juez mosquetero… que les dijo que no se enterraba a nadie sin permiso judicial, porque enterraban a sus muertos por la noche.
«El primer caso, por desgracia, fue el [asesinato, por dos legionarios,] del alcalde pedáneo de Guisguey [Pablo Espinel] y después hubo más muertos»
–¿Mosquetero?
–Sí, le llamaban así porque fue disfrazado a un juicio con un traje de carnaval.
–Hasta entonces la isla vivía sin sobresaltos.
–Era una isla muy tranquila y muy apacible. El primer caso, por desgracia, fue el [asesinato, por dos legionarios,] del alcalde pedáneo de Guisguey [Pablo Espinel] y después hubo más muertos [“…asesinato de tres extranjeros, asesinato de un oficial por un subordinado, intento de volar una discoteca, secuestro de un avión y conato de un segundo secuestro, puntuales ataques a civiles, robos de barcos de vela y continuos desprecios a las autoridades locales”, relataba El País el 4-I-1996 en la información titulada “Adiós a la Legión”]. Varios alcaldes fuimos a hablar con el teniente coronel y le dijimos que ellos tenían medios para irlos a buscar si desertaban, que no se lo encargaran a la Guardia Civil. Porque ellos decían “ya no son militares”. Coño, si eran legionarios.
–¿Y entonces ya se dedicaron a perseguirlos ellos?
–Después ya se dedicaron ellos a buscarlos.
–Cuando llegaron los legionarios se acabó lo de dejar las puertas abiertas.
–Lo que pasa es que cuando España entregó el Sahara, ellos pensaban “vamos para Canarias” pero a Las Palmas de Gran Canaria, donde había cabarés, salas de fiesta…
–Había marcha.
–Donde había marcha. Y claro, cuando los traen a Fuerteventura donde no había nada, los tíos estaban dislocados. Hasta que se formó toda la zona de esparcimiento, pero en lo que vinieron y se instalaron…
–¿Cómo era Fuerteventura hasta ese momento?
«El municipio de Tuineje tenía unos 3.500 habitantes y recibió del Sahara unas 600 personas. Dio un salto bastante grande»
–Su actividad era agrícola y pesquera. El secano de la cebada y otros cereales prácticamente se había terminado y sólo quedaba el tomate para exportación; y se llevaba mucho pescado para Las Palmas en neveras con hielo. La isla se empieza a desarrollar a partir de ese momento, porque no solamente viene la Legión. En El Aaiún y en el resto [del Sahara Español] vivían muchas familias majoreras y canarias, y de la Península, que vinieron y se quedaron a vivir. El Ayuntamiento de Tuineje tenía unos 3.500 habitantes y recibió del Sahara unas 600 personas. Dio un salto bastante grande.
–El mundo rural lo que sí mantiene es una ganadería singular, con su propia raza caprina, y razas de trabajo como el burro majorero o el camello.
–Y la vaca y el buey. El agricultor tenía su vaca y formaba la pareja de la yunta burro-vaca, o vaca-camello, o burro-camello….
–¿Los mezclaban en la yunta?
–Sí. Yo tengo el yugo para una vaca y un camello.
–¿Eso de formar una yunta vaca-camello o burro-camello es muy majorero o se da en otros sitios?
–Yo en otros sitios no lo he visto. Es que normalmente la casa pobre tenía como animal de trabajo el camello, que no es muy caro porque comía de todo. Lo soltabas y tenía el salado, la aulaga. El burro igual, aunque necesitaba paja. Y después una vaca. Y con eso formaban las yuntas para arar, para tablonear y levantar las paredes de tierra de las gavias.
«La casa pobre tenía como animal de trabajo el camello, que no es muy caro porque comía de todo. Lo soltabas y tenía el salado, la aulaga»
–Tu abuelo tendría camellos, que era agricultor.
–Él prefería labrador: “yo labro la tierra” decía. Sí, tenía seis o siete. También tenía vacas, burros, en fin, todos los animales que se usaban en aquel entonces. Se pasó la vida trabajando y comprando fincas y llegó a ser un gran terrateniente en Fuerteventura. Tenía la casa donde estamos ahora, también una finca en La Laguna de Tejuates y otra en Tetir. Tenía un amigo, don Fausto Carrión, en Casillas [del Ángel], y aunque eran muy amigos se trataban de don y de usted. “Don Fausto, ¿cómo compra usted esos terrenos que van desde aquí en Casillas hasta Puerto Cabras, esos jarifes, eso son fincas que no sirven para nada?”. Y don Fausto le contestaba: “Don Rafael, a mí me gusta montarme en el burro en Casillas e ir hasta Puerto Cabras montado por mis terrenos” –ríe–.Y mi abuelo, al contrario, compraba fincas que fueran productivas. Él compró una gran finca en el valle de Tetir, La Sargenta se llama, que va de filo a filo (de ancho debe tener 500 o 600 metros y de filo a filo casi dos kilómetros), se araba todo. Hoy no vale nada, pero en aquel entonces le costó 400 mil pesetas de la época, hablo del año 42 o 43.
–Era una fortuna.
–Era una fortuna y no las tenía. Se las prestó por un lado don Benjamín Dorta, de Tenerife, que estaba empezando a establecerse aquí; y mi abuelo paterno, de Tenerife también; más lo que él tenía. El primer año llovió, la plantó de cebada y de lo que le dio más del resto de las fincas devolvió 50 mil a mi abuelo y 100 mil a Dorta. Al año siguiente la plantó de trigo y liquidó la deuda. En dos años.
–¿Le gustaba, como abuelo, llevar a su nieto a conocer las tierras, ver los animales?
–Sí. Yo me pasé mi infancia con él. Ya era mayor y me acuerdo de ir con él en el burro.
–¿Los dos subidos?
–Sí, yo era pequeñillo, me sentaba delante y nos íbamos a donde estaba la gente trabajando.
–Y habiendo sido la isla tan cerealera, ¿para qué era ese grano? Tenía fama de isla granero.
–Se exportaba. Para la cerveza en la Península, por ejemplo. En Andalucía había no sé qué compañía que compraba la producción de cebada de aquí. Más tarde empezaron [las cervecerías] La Salud y la Tropical [en Las Palmas]. Y el trigo se exportaba casi todo.
–¿Por qué lo que se comía todos los días era gofio y el pan sólo para las fiestas?
–Primero porque el gofio era grano tostado y molido que se podía llevar al campo y amasarlo en el momento, y comerlo de diversas maneras: con un potaje, con un caldo, con leche, con suero. Podías comer gofio de mil maneras. El gofio se comía siempre acompañado con un conduto, y decía un cristiano “en mi casa nunca se ha comido el gofio solo, siempre me lo como con Pepillo o con Juanilla”. Me acuerdo que en los años 40, venían palmeros a trabajar en la arrancada, en la trilla y en todo eso, y la soldada era grano. Cuando terminaban, después de tantos días, pues lo que fuera de grano lo metían en costales y se lo llevaban para La Palma. Y en los años buenos venía mucha gente de otras islas, porque no había gente aquí para recoger todo lo que se plantaba.
“Las bostas de vaca y moñigos de burro se dejaban en paredes a secar y se respetaba”
–Toda esa sabiduría agrícola se ha perdido, queda poco o nada. Ahora sembramos ladrillo.
–Prácticamente se ha perdido todo. Había curiosidades. Me estaba acordando, por ejemplo, de cuando llevaban los bueyes, las vacas, los burros a abrevar. En muchos pueblos había aljibes comunales. Y en el verano, que había poca agua, soltabas los animales y salían con el pastor o con el gañán. Iban por el camino y de repente la vaca cagaba. Venía el cristiano detrás, metía la mano debajo a la bosta de la vaca, pum, se iba a la pared del camino y la ponía ahí. Cagaba otra más adelante y hacía lo mismo. Pero por allí pasaban no sólo esas vacas, sino las de más gente que iban a abrevar al aljibe comunal. Esas bostas de vaca o los moñigos del burro se respetaban, cada uno sabía más o menos dónde las había ido dejando y a los dos o tres días, cuando ya estuvieran secas, venía con un saco y las recogía. ¿Sabes para qué? Combustible para hacer la comida, para guisar suero. Podían pasar en el día siete y ocho vacas de diferente gente y se respetaba.
–¿Cómo hacían el fuego, tenían fósforos?
–Estaba el chisquero, que era más complicado: tenías que encender una mecha de soga con una piedra, ¡chas-chas!, que tenías que soplar y después prender una llama con papel o algo. Pero también estaba el fósforo.
–¿Y te acuerdas de eso?
–Los mayores te metían tal miedo que recuerdo cuando encendí mi primer fósforo con siete u ocho años.
–Terminamos, un recuerdo dulce.
–Pues mira, aquí en Antigua había unas señoras que hacían un pescado de almendras.
–¿Pescado en salsa de almendras?
–No. Machacaban la almendra con azúcar, también le ponían miel, creo. Le daban forma de pescado, le hacían las escamas, el ojo, todo. Y lo metían en el horno. Mi madre siempre se lo encargaba a las señoras estas por Navidad, las Linares se llamaban. Y para mí el “pescado” ese de almendras era un gran recuerdo dulce.
–¿Tenían una dulcería?
–No. Lo hacían por encargo. Y hacían bizcocho. En la época en que había más militares que majoreros en los años 40 y pico [durante la segunda guerra mundial], tenían un horno muy grande y la intendencia militar hacía el pan para los soldados allí.