El celo del guarda le prendió una baifa en las tuneras

Entre las muchas anécdotas que cuentan los pastores más veteranos, se repiten las historias de algún guarda, también de los denominados ‘lantreros’, al tanto de que los ganados no entraran en los sembrados. Los unos por cuenta de los pueblos, los otros por cuenta de los propios ganaderos. [En PELLAGOFIO nº 85 (2ª época, junio 2020)].
Por YURI MILLARES
En Fuerteventura, la isla con la mayor cabaña caprina del archipiélago, “mi padre no tuvo ganado, se dedicaba a la labranza y donde cuadraba por ahí. Cabras siempre tenía, pero media docena y me tenía a mí [cuidándolas]. No me enseñaron ni a leer siquiera, de ocho años para arriba estaba fijo alrededor de ellas”, me contaba el pastor Bruno Alonso cuando lo entrevisté en Tenicosquey una mañana de noviembre de 1996.
“Mi padre en paz descanse me metió en ese tema de pequeñito y hasta la fecha. Oh, con decirle que a mí me crió una cabra le digo todo. Estaban arrancando en Agua de Bueyes, arriba en la montaña, y yo chico. Tenían una cabra en el campo con ellos y cuando yo me ponía a llorar que tenía ganas de comer, llamaban a la cabra. La cabra venía corriendo al montón de trigo que estaban arrancando, me pegaban donde ella, me jartaban de leche ¡y a dormir! Sí, hombre, sí. Fue tanto el cariño que le cogí a las cabras, me cago en diez, que hasta la fecha no las he dejado”, reía en la sala de ordeño.
«El ganado antes se moría, pero de hambre, de necesidad. Hoy no, el ganado que se muere es del parto»BRUNO ALONSO, pastor
“Hasta que pegó todo esto de venir los piensos salíamos con ellas por la mañana y llegábamos a la noche”, habla de tiempos en los que había que pastorear porque era la única forma de que los animales comieran. “El ganado antes se moría, pero de hambre, de necesidad. Hoy no, el ganado que se muere es del parto, de tetera y cosas de esas”.
Unas décadas atrás, pastorear para dar de comer a las cabras requería, por parte del pastor estar muy pendiente de que no entraran en terrenos cultivados. Bruno Alonso recordaba –“y me acordaré mientras viva”, decía, por lo que le ocurrió una vez y que a continuación detallo– que «el pueblo ponía un hombre pago para cuidar las sementeras, cuidar árboles y cuidar todo”.
«Tenía una baifa blanca que andaba tras de mí siempre, desde chiquitita, a los pocos días de nacida»BRUNO ALONSO
El pueblo de Agua de Bueyes tenía de guarda a alguien llamado Eusebio Peraza, explicaba. Un día “estaba yo en la orilla de una cerca de tuneras, sobre una pared. Tenía una baifa blanca que andaba tras de mí siempre, desde chiquitita, a los pocos días de nacida. Y él estaba en el pueblo. ¡En el pueblo! –quiere recalcar–, y yo allá arriba lejos. Pero claro, la baifa blanca por la tarde espejiaba allá en la orilla de las tuneras”.
“Yo tenía frío, tenía las cabras allí encima comiendo, y me pongo por dentro de la pared, paraíto, mirando para las cabras, y la baifita saltó atrás de mí, para adentro de la pared. ¡Del pueblo la vio, caminó por lo menos kilómetro y medio! Fue allá arriba y me prendió la baifa. Dice que estaba por dentro de las tuneras”.
“Digo, «esto no come». Dice, «ah, no importa, estaba por dentro», y como estaba por dentro me cobró. Cuando eso se usaban las perras negras, me cobró una perra. Tuvo que ir mi padre conmigo a casa del alcalde de barrio a llevarle una perra. Las tuneras eran de Osvaldito Urquijo y mi padre esa misma vez cuando fue a pagarle al alcalde, pasó por allí y se lo dijo a él y ya sabía, porque [Eusebio] le había dado parte de lo que había pasado allí dentro”.
El último ‘lantrero’ que atajaba cabras por un tanto
El ganado de costa, con las cabras que se dejaban sueltas en cada municipio para que sobrevivieran por su cuenta –“si en el campo no había nada, se morían de hambre”–, es una arraigada tradición que aún pervive en Fuerteventura, también requería de alguien que vigilara para proteger lo sembrado, cuando se hacían las apañadas para reunirlo, pero en este caso, pagado por los propios ganaderos.
“En tiempo de invierno había que poner un hombre de lantrero*, que le decíamos, para atajarlas, porque esto se sembraba todo de trigo, cebada y cosas de estas. Iba vigilando que no se metieran en la sementera, se le pagaba a ese señor un tanto para que las atajara”.
A las cabras, cuando les «echaba millo en esos cacharritos de leche condensada, oye, se ponían gordas, lisitas, bonitas, daba gusto verlas»
El último lantrero que recordaba Alonso ver trabajando fue en “los últimos años que se araba, el 56 o 57. Burros y camellos es lo que más había; en los pueblos de la montaña sí había algunas vacas, no muchas. También había quien tenía camellos para sacar* que le decíamos y se le pagaba”.
Para la alimentación de estas yuntas recuerda que se les echaba tuneras y piteras, también gajos de higuera picada, y a las cabras, cuando les “echaba millo en esos cacharritos de leche condensada, oye, se ponían gordas, lisitas, bonitas, daba gusto verlas, y hoy les echas dos kilos de millo a una cabra todo el año y siempre están así, enroscadas” ●
*VOCABULARIO lantrero. “Para atajar el ganado”, según Ramón Castañeyra en Memoria sobre las costumbres de Fuerteventura escrita para el Sr. D. Juan Bethencourt Alfonso (1887).sacar. Acarrear mies (posible andalucismo). “Esta denominación aparece en todos los puntos de Fuerteventura y de Lanzarote…”, cita el Tesoro lexicográfico del español de Canarias ● |