Taxista… y guarda del patrimonio arqueológico

Juan Brito nació en Lanzarote en 1919. A punto de cumplir los 93 años, recuerda perfectamente cómo tuvo que dejar lo único que conocía, la agricultura, por el taxi. Un enfrentamiento con un camello lo había dejado mal de la cintura. [En PELLAGOFIO nº 5 (2ª época, noviembre 2012)].
Por YURI MILLARES

Para quienes no tenían tierras, sin embargo, la medianería era un sistema que aquí se manifestaba de forma aún más injusta que en otras islas del archipiélago: “Yo le llamaría cuartero, porque primero eran tres fanegas para el dueño y una para el medianero; después rebajaron y eran dos para el dueño y una para el medianero. Pero la mitad, muy pocas veces, nosotros por lo menos no. Y hoy es al contrario –ríe –, el dueño está buscando a quién darle las tierras y no consigue quien se la trabaje… Ni regaladas las quieren. Las vueltas del mundo, cómo son”.
Sin conocer ningún otro oficio que las labores del campo (y eso incluía fabricarse las propias herramientas, elaborar cestos y tejer a mano las esteras), su única opción entonces fue hacerse taxista. “Todo lo que se usaba en el campo había que hacerlo, porque no había dinero para comprarlo. Y –si era para cestería o esteras– teníamos la materia prima que eran las palmeras, que se subía a cortar los pírganos”.
Techos y maderas
Para los aperos y utensilios del campo que se empleaban con la ayuda de animales, llámense “sillas, serones, toda clase de arados, cangas, cangos”, etc., había que buscar madera, igual que para techar las casas. “Madera venía mucha de La Palma y de otras islas. Y aquí hubo madera también antes de las erupciones volcánicas”, dice refiriéndose a la gran catástrofe natural que sufrió la isla entre los años 1730 y 1736.
«Cuando la conquista vinieron los castellanos y las primeras tejas que usaron fueron en Teguise, para los palacetes. Pero en el resto teníamos la casuchitas de piedra seca que se encalaban por dentro»JUAN BRITO
“Claro, de esa se encontraba poco, si acaso en algunas casas viejas que quedaron fuera del camino de la lava, pues podía haber algún techo con esas vigas. Porque los techos que se ponían, aparte de las vigas, eran con trozos de palo de cualquier árbol que cortaban a medida y de viga a viga los iban poniendo. No un entablado, sino esos trozos de palo, como fueran, cambados, derechos. Y se iba cubriendo todo el techo y arriba de eso se le ponía el tegue*”.
La teja no era muy frecuente. “Cuando la conquista vinieron los castellanos y las primeras tejas que usaron fueron en Teguise, para los palacetes. Pero en el resto teníamos la casuchitas de piedra seca que se encalaban por dentro. Habían dos clases de cal: una común y otra blanca. La común era la peor, era morena y servía para amasarla y poner pisos y poner techos. Pero albear una casa no, porque quedaba fea. La cal blanca la compraba quien podía, para los edificios que tenía la gente pudiente”.
Moñigos de camello para la lumbre
La familia de Juan Brito no era de gente pudiente, como ha venido explicando al describir su modo y su medio de vida. Ellos y la mayoría de los lanzaroteños vivía de su labor en el campo con los animales y aprovechando todo lo que su entorno les ofrecía, que tampoco era demasiado. De las palmeras se aprovechaba todo (sin hacerles daño, obviamente). Pero si incluso una palmera caía, su tronco servía “como leña para hacer comida. Se aprovechaba hasta lo que los animales echaban por los caminos. Los camellos iban enmoñigando y los chicos detrás cogiendo, para secarlo y hacer [combustible para cocinar]. Sobre todo la vaca, que cuando echa lo suyo echa bastante”.
«La vaca y el burro hacían un buen servicio para labrar donde el camello no podía: en los ‘tesos colgados'»JUAN BRITO
En Lanzarote siempre hubo vacas, asegura. “Hombre, el aborigen no las tuvo, pero después de la conquista sí. Cuando la erupción volcánica [de 1730] habían aquí cerca de dos mil”. Y camellos también había “muchísimos”, pero “la vaca y el burro hacían un buen servicio para labrar donde el camello no podía: en tesos colgados*, porque el camello es para llano. La pata del camello es para pisar en jable. Y la vaca y el burro, con la pezuña, subían”.
Y si el camello de Fuerteventura tenía fama (“Era criado en la tierra, fuerte, huesudo. Que todos eran africanos, pero los que se hacían a la tierra se desarrollaban de otra forma. Los que venían de África venían más patudos, más zangarilludos*, y aquí a base de trabajo se desarrollaban”), en Lanzarote también “eran muy nombrados los camellos harianos, los que tenían en el pueblo de Haría cuando no había carreteras y tenían que subir, cargados, por las vueltas del camino de Malpaso”.
En un Ford con bigote
Pero todo ese mundo rural, que tan bien conoce por haberlo vivido y trabajado, lo tuvo que cambiar por el volante de un taxi (“Yo me examiné en el año 52”). O de muchos taxis, pues en los 20 años que estuvo de taxista en Arrecife manejó muy diferentes modelos. “Yo no sé cuántos. Empecé con un Ford 4, esos fores* de bigote. También trabajé con Chevrolet, Dodge, Plymouth… y entre los últimos, con Mercedes”.

Sus inicios como taxista fueron casi paralelos a su nombramiento como Guarda del Patrimonio Arqueológico Nacional y de Monumentos Histórico-Artísticos. El turismo empezaba a venir, muy tímidamente aún, y “la gente empezó a descubrir que habían cosas aquí y en todas las islas, que empezaron a llevarse, y se nombraron guardas en todas las islas”. Juan Brito fue uno de ellos, el único que había en Lanzarote. “Yo podía actuar en cualquier territorio que perteneciera a España. Fue un nombramiento especial”, explica, aunque su ámbito de actuación se ciñó a su isla.
Fue en aquella época, recuerda, “cuando se empezaron a hacer excavaciones, por ejemplo, en Zonzamas: un yacimiento de una población muy importante”. Con lo que fue él mismo rescatando se pudo fundar en 1972 el Museo Arqueológico en el castillo de San Gabriel. “Ahora lo han quitado y está todo guardado. Lo tiene el Cabildo. Se está buscando otro sitio donde montar el museo. Pero claro, también está aprobado un Museo de Sitio en Zonzamas y viendo cómo van las cosas, ni de sitio, ni de esto, ni de lo otro. Va para largo”.

Pero Juan Brito no sólo se dedicó aquella intensa década al taxi y a ejercer de guarda del patrimonio arqueológico. Aquellas bellísimas piezas de alfarería de procedencia aborigen que sus manos tocaban, produjeron en él otro efecto que iba más allá de la simple admiración de unos objetos. Quiso fabricarlas y reproducirlas por sí mismo. Y para ello, lo primero era aprender cómo.
En el año 1957 se puso en contacto para tal fin “con la única ceramista que quedaba aquí, doña Dorotea Armas, que venía de la herencia de las ceramistas del Mojón, las últimas que hubieron. Empezamos a hablar y me enseñó [a hacer] los primeros puños de barro amasado. Ella era una mujer que hacía cositas para las casas, lo que se necesitaba: calderitos, tofios y cosas así”. Él, sin embargo, orientó su trabajo hacia “cosas mayores [reproduciendo alfarería aborigen] y después hice figuras”, como la pequeña historia que tituló La mitología de la princesa Ico, representada en figuras de un metro, poco más o menos, que están en el Monumento al Campesino.
Tres mil camellos labraban la piel de la isla
JUAN BRITO:
«Aquí se les ponía camello a las camellas y se criaba. Pero a la camella no se la ponía a trabajar dos o tres meses antes [de parir] para que no malograra la cría»
L“Cuando yo era niño, aquí trabajaban en el campo unos tres mil camellos, labraban la piel de Lanzarote. Aquí se les ponía camello a las camellas y se criaba. Pero a la camella no se la ponía a trabajar dos o tres meses antes [de parir] para que no malograra la cría”, explica Juan Brito. Aquello no era práctico, así que dejaron de criar aprovechando la circunstancia de que ya se hacía en Fuerteventura, donde tenían rebaños de camellas. “Y después Fuerteventura dejó de criar camellos y se traían de África. Incluso para Fuerteventura. Todos los años venían unos comerciantes africanos que traían aquí los majalulos*. Había uno que se llamaba Haffa que traía muy buenos camellos. Además, se le encargaban y los traía”. Eran animales jóvenes que “aquí se enseñaban a trabajar”, añade.
Como anécdota, recuerda que un señor le encargó un camello a Haffa: “Tú me traes el mejor camello que tienes en África”, le dijo. Y cuando volvió en el siguiente viaje con la expedición de camellos (“que trajo muchísimos”, precisa), vino con el supuesto mejor camello que había en África. “Cuando lo fue a ver el otro, Haffa le dice: ‘Mira, ese es tu camello’. Al verlo, no era más que patas, huesos, todo garabillado*, exclama: ‘¿Pero qué me trajiste aquí?, ¡llévate eso!’. Y Haffa le dijo: ‘Tú no entender de camellos. Ese camello corredor en África mejor’. ¡Claro, le trajo un camello para correr!”, ríe Juan Brito.
*VOCABULARIO fores. Forma popular del plural de Ford, referido a la marca de vehículos americanos. garabillado. “Sin carne, todo huesos”, nos explica el escritor majorero Andrés Rodríguez Berriel (“No tiene más que la garabilla, el garapacho”). tegue. En Lanzarote, tierra arcillosa de color claro y no apta para la agricultura, que se amasaba “porque era como cemento y se mezclaba con paja de trigo, con paja de centeno, con granzón de garbanzo y se ponía en los techos para que no se abriera. Ese techo duraba siglos”, explica el ceramista Juan Brito, que lo usa a modo de almagre para pintar sus piezas, haciendo lo que “se llama entegar la pieza”. Alfonso O’Shanahan recoge el vocablo en su Gran diccionario del habla canaria: “Barro que se forma en el fondo de los aljibes”. tesos colgados. Terrenos llanos pero inclinados, de ceniza volcánica o jable. Alfonso Armas Ayala define teso como “terreno resbaladizo” (en “Pequeño vocabulario de voces canarias, con una lista de frases canariotas”). zangarilludo. De patas largas y delgadas. Andrés Rodríguez Berriel nos traslada la expresión popular “niño zangarillo” como descripción de sus “patas largas”. En Andalucía, zanga es un “palo largo, que lleva otro más corto articulado con una correa y sirve para varear las encinas” (Diccionario de la Lengua Española) ● |